Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



domingo, 21 de febrero de 2010

Próxima parada

por Marta


Llevaba muchos meses viajando en metro. Todos los días el mismo trayecto. Aquella subterránea oscuridad parecía cada vez más negra. En cada parada sentía una intensa opresión en el pecho que por unos segundos me dejaba paralizada. Los viajeros que cada mañana se sentaban a mi lado se encontraban en lugares remotos. Miraban con sus infinitos ojos grises a la negrura angustiosa del túnel, luego se bajaban. Pero yo seguía allí. Algunos me invitaban día tras día, incansablemente, a apearme junto a ellos, me tendían sus manos generosas y yo, de forma pusilánime, declinaba su oferta. Otros viajeros, sin embargo, me daban la espalda cada día. Mi trayecto a pie, en la calle, era una breve línea recta. Pero yo, conscientemente, elegía hacerlo cada día en aquel ensortijado laberinto insondable. Miedo insondable. Angustia insondable. Viajes nauseabundos y tormentosos. Próxima parada: Congosto. Final de línea.

Aquel día subí en el primer vagón. Las vías marcaban inevitablemente el camino del convoy; los raíles de la infelicidad que dirigían mi vida me forzaban de nuevo a realizar el mismo itinerario que de costumbre. Ninguna posibilidad para un cambio de vías.
Aquella mujer ataviada con abrigo de piel de vicuña se sentó a mi lado y sacó un periódico del bolso. Abrió por las páginas centrales y, en la esquina superior izquierda de la hoja, una noticia llamó mi atención:

“…la joven de veinticinco años, después del incendio fortuito de su vivienda en el que perdió a su pareja, ha conseguido, gracias a sus nuevas manos biónicas, volver a tocar el piano.”

Próxima parada: Esperanza

Al final del pasillo los rayos de sol atravesaban los cristales de la puerta de salida de la estación. Cuando llegué allí un hombre de mediana edad y aspecto retraído abrió la puerta. Me dejó pasar y en sus labios adiviné una sonrisa tímida.

Subí los escalones de la salida de la boca de metro y al llegar a lo alto respiré profundamente. Por mi nariz penetró un intenso olor a flores y a tierra mojada. Había llegado la primavera. Casi un año y medio después por fin había llegado la primavera. Comencé a caminar mirando al frente. El sol brillaba en lo alto del cielo y el resplandor me hacía guiñar los ojos. Mis piernas se movían con ligereza pero, a la vez, se aferraban firmemente a la superficie. Mis pies se transformaron en la prolongación de mis brazos y a cada paso manosearon el suelo sintiendo la planicie que se extendía bajo ellos.

Mis brazos se movían afinadamente al compás de las piernas, dejándose caer como si fueran de plomo. Mis puños cerrados comenzaron a desentumecerse y abrirse. Noté cómo una ligera brisa jugaba entre los dedos acariciando suavemente las puntas.

En el interior del cuerpo noté como todos los órganos vitales se oxigenaron y percibí por un momento, de manera consciente, como todos ellos trabajaban de forma individual pero coordinada. Me pareció sentir un torrente de sangre galopando por mis venas. En aquel preciso instante fui consciente de todas las partes del cuerpo; sentí cómo la nariz cogía aire rítmicamente, noté que mis labios se apoyaban suavemente el uno sobre el otro, mis oídos distinguían toda una gama de sonidos, desde los más imperceptibles a los más cercanos, los ojos, acostumbrados a percibir una reducida escala de grises, comenzaron a descubrir los colores, las formas, los gestos y las miradas. Tiernas y generosas miradas que la gente me regalaba a cada paso.

Es posible que esto solamente ocurra una vez en la vida, pero en aquel momento exacto, sentí que todo mi cuerpo y mi mente se encontraba en armonía. En ese breve y efímero soplo de tiempo sentí que estaba viva.