Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



lunes, 1 de marzo de 2010

Visiones

por María

La primera vez fue cuando mi padre y mis hermanos volvieron arrastrando aquel mamut gigantesco. No quise decirles nada.
Yo aún era joven para salir de cacería y me quedaba en la entrada de la caverna preparando los útiles para el desollamiento. Mi madre, embarazada en esa época de mi hermano Ma’adi, preparaba los ungüentos para el gran hechicero Ka’Unga. Pronto sería el ritual.
Empecé a sudar cuando valoré la posibilidad de ser como ellos. No quería obsesionarme ni pensarlo en exceso, pero tenía todos los síntomas. Aquella vez, como muchas otras veces, miré al final de la explanada. Sin embargo los árboles habían perdido su nitidez; sus contornos se difuminaban entremezclándose con el azul celestial. Probé a cerrar los ojos, a frotarlos. Pero la tupida arboleda seguía ejecutando para mí un tímido baile de manchas en la lejanía. Ya le tenía dentro.
Intenté tranquilizarme. Entré en la caverna y ayudando a mi madre con sus preparativos todo volvió a la normalidad. Su cara, nuestras manos, ni rastro de él. No debía haberme preocupado, estaba claro que lo del ritual me tenía tan absorbido que me había hecho imaginar demasiado rápido. Tomé aire y me tranquilicé. Pero cuando oí las risas y cánticos de mis hermanos regresando de la cacería me volvió a suceder. Salí al exterior para recibirles y al mirar a lo lejos aparecieron otra vez esas manchas. No podía distinguir a mi padre, no veía al mamut, sólo bultos difuminados que se iban acercando hacía mí. Tuvieron que pasar unos segundos eternos y entonces empecé a verles con nitidez. Mi hermano Je’bel, con sonrisa triunfante, alzaba su puño en alto. Adiós a esos bordes difusos, otra vez la visión real de las cosas.
Aquella noche, antes de dormirme, froté mis ojos y miré las paredes de la cueva. La angustia volvió a apoderarse de mí.
Hoy tendrá lugar el ritual. Es el segundo que se celebra en nuestro pueblo. El gran hechicero Ka’Unga tratará de sanar al grupo de poseídos. La vez anterior sus esfuerzos fueron en vano, todos ellos fueron condenados. El malvado se había metido dentro de ellos; primero empezaba a apoderarse de sus ojos, de su vista, pero cabía la posibilidad de que eso sólo fuera el principio. No pensaban tomar riesgos. Si ninguno de ellos conseguía expulsar al malvado sería mejor sacrificar sus vidas.
No quise levantar sospecha, prefería no hablarlo con nadie. Pero eso no significaba que no estuviera ya sentenciado; cada diez lunas los miembros del Consejo sometían a todos al examen. Y no superarlo suponía estar en el próximo ritual. No había escapatoria. Sin embargo a mí no me hacían falta confirmaciones oficiales; sentía al malvado mirar por mis ojos, los contornos difusos formaban parte de mi vida cotidiana. Y yo prefería morir antes que pasarme la existencia sin ver a las manadas de mamuts a los lejos, sin poder distinguir cuál de mis hermanos era el que corría en la explanada.


Dejé las gafas en la mesilla de noche. Antes de dormirme, froté mis ojos y miré las paredes de la habitación. Creo que la miopía me ha vuelto a subir. Hay que dar gracias, al menos ahora tenemos manera de corregirla, ¿te imaginas cómo sería la vida de los cavernícolas miopes?