Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



domingo, 18 de diciembre de 2011

Primer concurso de Relato Corto "Una historia con Renault"

Sé que puede parecer pretencioso inaugurar esta nueva sección "Estantería de Trofeos" cuando corremos el riesgo de que la estantería se queda algo vacía, pero esas son, entre otras, las ventajas de tener un blog personal: que una (o dos en este caso) pueden hacer lo que les da la gana. Así que me ha dado la gana crear esta sección para compartir con vosotros mi alegría por lograr un premio en un concurso de relatos. Se trata del 2º Premio de relato corto del “Primer Concurso de Relatos: Una Historia con Renault” que coorganizan el Periódico El Norte de Castilla y Renault.  Mi relato “Mis dueños”, cuyos derechos de explotación pertenecen en exclusiva, desde el pasado martes, a El Norte de Castilla y Renault, se ha alzado con ese segundo premio.








                                                           Foto con Carlos Aganzo, el Director de "El Norte de Castilla"
Y bueno, ya sé que no es el Nobel, ni el Premio Nacional de Literatura, ni siquiera el primer premio del concurso, pero como una nunca sabe si volverá a tener la oportunidad de recoger un premio y, lo más bonito,  de dedicarlo, yo quiero aprovechar la mía.
A pesar de que mi lista de amigos en facebook diga lo contrario, cuando me puse a pensar en toda la gente a la que dedicar el premio me salía un número excesivo. Ni siquiera haciendo uso de la generosa bondad del lector me parecía justo someterle a una lista interminable de personas, así que no me queda otra que resumir (aún a riesgo de dejarme a alguien, al que seguro que también se lo dedico).
En primer lugar agradecer al jurado que supo valorar esta historia, la historia de un coche cuyo recorrido no es más que la excusa para contar el transitar de una familia, la mía. A toda ella le dedico este premio, a los que están y a los que se fueron pero que siguen estando conmigo. Mención especial para mis padres, no hay blog en que pueda caber agradecimiento por todo lo que hacen por mí.
A Adri, a la sonrisa de sus ojos de coca cola, el bastón en el que me apoyo en el camino.
A Cleo, porque el sonido de sus patitas me acompaña en el cocinar de mis relatos.
A David, galdarrito de pro, que me avisó de la existencia de este concurso.
A Nuri, Kari y el resto de las bonis, a mi Reina Maga, a  Sara y Ángel , a Coe, a las exspeeradas, a mi Lenin, a Meri y Silvia.
A los fieles seguidores de este humilde blog.
A los compis del Colectivo Literario Renglones de Ficción que hace tiempo dejaron de ser compañeros para empezar a ser amigos.  A Helena y Antonio, que desinteresadamente me brindaron su compañía para ir a recoger este premio.
Pero si hay alguien al que le quiero dedicar este premio es a la persona que más admiro, a mi otro yo, no sólo literario. Como ella dijo un día, al ajo que conmigo hace una cabeza completa, mi hermana Marta.
María

                                     MIS DUEÑOS                                        
                                                                                                         
 Corría el año mil novecientos noventa y dos y, aunque ya hace más de tres lustros, lo recuerdo como si fuera ayer. Aquella noche apenas pude dormir. No había forma de cerrar los faros. Mis tres pedales temblaban de nervios. La palanca de cambios no paraba de cuchichear con los asientos delanteros,  emocionados todos ellos. La carrocería verde oscura parecía querer separarse de mi esqueleto, el chasis. El volante y el cigüeñal, orgullosos integrantes de la transmisión del automóvil, conversaban acerca de la nueva vida que estaban a punto de comenzar. Pero sobre todo mis cuatro ruedas, e incluso la quinta en discordia, la de repuesto, eran el fiel reflejo de cómo me encontraba. Esos neumáticos con sus relucientes tapacubos estaban deseosos de girar sobre sí mismos y de conocer, por fin, aquello de lo que tanto habían oído hablar: el asfalto.

Cuando analicé sus movimientos acomodándose en el asiento del conductor y la expresión satisfecha de su cara supe que ese hombre grande y gordo había encontrado lo que buscaba. Me pareció que la mujer que le acompañaba, sin duda su esposa, torcía el gesto al mirar mi chapa metalizada, a la última  moda. Tiene pinta de ser muy guarro.- le dijo a su marido. Sin embargo yo sabía que la decisión estaba tomada y que pronto abandonaría el concesionario. A pesar de que esto supondría separarme de mis compañeros todos estábamos deseosos de salir de allí, al fin y al cabo habíamos sido fabricados con ese objetivo; nuestra verdadera vida comenzaba cuando el ufano vendedor le entregaba las llaves al nuevo y feliz propietario.

La última noche en el concesionario es difícil de olvidar. A mis dos vecinos de escaparate se les escapó alguna que otra lagrimilla que me provocó un nudo en el tubo del aire. Antes de que el sueño les venciera, todos los coches del local, incluso el Renault Clío azul turquesa que había llegado hacía dos días, me dedicaron una canción de despedida haciendo sonar sus cláxones. Aún hoy se me pone la tapicería de punta de sólo pensarlo. No es fácil ni sería justo enterrar esos recuerdos en lo más profundo del motor cuando uno está haciendo un repaso por lo que ha sido su vida.

Pero además de los nervios y la emoción también existe un temor. Uno no sabe lo que se va a encontrar cuando salga ahí fuera. Todavía me entristezco cuando pienso en aquel Renault 19 Chamade de color rojo, tan alegre, tan simpático, con toda su vida por delante. Nos enteramos que a las pocas semanas de salir del concesionario había resultado siniestro total. Por lo visto le tocó un propietario adicto a las drogas y a velocidad, el cual, afortunadamente, salió ileso del accidente. No hay nada más horrible para un automóvil que acompañar a su dueño al otro mundo.
Además del miedo a una vida corta también habíamos oído hablar de que algunos propietarios se comportaban con auténtica crueldad con sus recién adquiridos automóviles, porque ¿no les parece auténtica crueldad comprarse un coche con la única finalidad de presumir delante del vecino y luego apenas salir del cómodo garaje? Habíamos oído que no era infrecuente este hecho y no podéis imaginar la frustración que supone para un coche nuevo y brioso no poder demostrar su potencia y poderío, pasándose la existencia entre cuatro líneas blancas pintadas en el suelo.
Claro que también podía ser peor. Se rumoreaba que si te tocaba una familia con hijos pequeños estabas perdido. Por lo visto jugaban, saltaban, se pegaban entre ellos y todo esto provocaba grandes dolores a los asientos traseros que no paraban de quejarse…eso sí tenías suerte y no te vomitaban toda la tapicería.
Y por último había un temor muy extendido entre todos nosotros. Nos habían contado casos de coches que, antes de salir del concesionario, iban presumiendo de sus características, o furgonetas que se pavoneaban del gran peso que podía soportar y que, tras sufrir una avería grave, se habían pasado la vida de taller en taller. Eso es, ser un enfermo crónico era una de nuestras mayores preocupaciones.

Estaba impaciente, contando los minutos en el reloj de mi salpicadero cuando mis nuevos propietarios se presentaron a buscarme. Venían otra vez el hombre grande y su mujer. Suspiré. Por el momento no parecía una familia con niños pequeños. Le entregaron mis llaves y me arrancaron. Yo, un Renault 21 último modelo, empezaba mi verdadera vida. Al poco rato de salir se fueron a darme de comer. Yo me alimentaba de un manjar novedoso que estaba empezando a implantarse en los de mi especie: el diesel. A mis nuevos dueños parecía gustarles que yo no probara la gasolina y miraban con orgullo muchas de mis infinitas y modernas comodidades, como los elevalunas eléctricos en las ventanas del conductor y del copiloto, el aire acondicionado, el brazo separador entre los asientos traseros…etc.  
Cuando llegamos a su calle abrieron la puerta de un garaje. Sonreí. A nadie le agrada dormir a la intemperie. A las pocas horas de dejarme sólo en ni nuevo hogar volvieron a aparecer, pero esta vez no venían solos. Dos niñas les seguían emocionadas por conocer el nuevo coche familiar. Cuando oí sus risitas a lo lejos me temí lo peor, pero cuando las vi supe que esas pequeñajas no iban a hacerme ningún daño. Eso sí, de alguna que otra vomitona no me libré. Tenían ocho y doce años, y ahora que analizó lo que ha sido mi vida, me doy cuenta de que he estado presente en los momentos más importantes de las suyas. Las dos niñas que se sentaban en los asientos traseros, que jugaban a ver quien conseguía hacer reír a la otra, que hacían concursos de cante, que se metían chicles en la boca y hablaban con ellos como si llevaran aparato dental,  que escuchaban aburridas la música que les ponían sus padres y que, con los años se convertiría en la que les gustaba a ellas…esas dos niñas pequeñas, con el paso del tiempo, pasaron a ocupar el asiento del conductor. Pero antes de eso viví otras muchas historias.
Recuerdo mi primer viaje largo, lo que ellos llamaban “hacerme el rodaje”. Nos fuimos a un pueblo pintoresco de la Costa Brava y allí, por primera vez en mi vida, vi el mar. Recuerdo la inmensidad de su azul y como el olor a salitre penetró por mis rejillas de ventilación.
Después de ese viaje vinieron muchos más. Apenas hay zonas de la geografía española que no haya recorrido. Galicia, Andalucía, Levante, las dos Castillas…Tanto la costa como el interior fueron exploradas por mis cuatro ruedas.
Pasaron muchos inviernos, uno tras otro y yo seguía siendo un espectador del devenir de esa familia. Con el tiempo decidieron darme un hermanito y compraron un segundo coche. Fue un Ford Fiesta de segunda mano. Sin embargo, después de ese vinieron otros, como la Fiat Scudo, el Audi y, sobre todo, la furgoneta Renault Kangoo, de color rojo, con la que trabé una estrecha amistad. Recuerdo sus orejas redondeadas y gigantescas, aquellas que nuestros dueños llamaban retrovisores. La etapa que coincidimos fue de las más felices de mi existencia. Pero ninguno se quedaba definitivamente, sólo yo permanecía, cada día haciéndome más viejo, viendo pasar mi vida y las de mis dueños. Apenas caí enfermo en todos estos años, salvo aquellos meses en que me costaba empezar a moverme y tras un cambio de mi batería jamás volví a dar problemas. Pero la edad no perdona. Cada año me llevaban a hacerme una especie de reconocimiento médico y a la salida, si lo había superado satisfactoriamente, me colocaban en la parte superior derecha de mi frente una pegatina de distintos colores. Mi dueña en ese momento, la mayor de las dos hermanas, se ponía tan contenta que me decía “Muy bien, valiente, como has aprobado te voy a llevar a que te limpien” y nos íbamos a un sitio muy raro donde unos rodillos azules enormes se frotaban contra mí soltando agua y jabón, como en una especie de baile desenfrenado.
Y yo parecía ser inmortal. Hacía ya años que mi radio se escuchaba fatal y que el aire acondicionado apenas funcionaba, pero yo seguía siendo un valor en alza. A veces las hermanas tenían sus pequeñas discusiones para ver a quien le tocaba cuidarme esa noche. Me parecía increíble que se pelearan por mí, o incluso que a veces, el padre, mi primer dueño, las castigara prohibiéndoles que me cogieran.
Pero el tiempo es implacable y yo veía como cada vez mis recorridos eran más cortos. Me conducían frecuentemente, pero no más de veinte minutos o media hora seguida. Ya no era ese coche que fue de La Coruña a Barcelona de una tirada.
Sin embargo, cuando creía que nunca más vería otros paisajes, sucedió algo increíble. Una madrugada, a eso de las cuatro o cinco de la mañana, la pequeña de las hermanas se subió al asiento del conductor y cogió la carretera rumbo a Valencia. Yo, “Venti”, como me llamaban mis dueños, estaba nuevamente realizando un viaje, todavía no era un viejo inútil. El trayecto nocturno me resultó apasionante, me sentí rejuvenecer. Entré en una ciudad en llamas, Valencia en fallas, y me quedé a vivir allí. Fueron unos meses inolvidables, conocí La Albufera con sus campos de arroz, me llevaron a las playas cercanas, me metieron en el bullicio de la ciudad, volví a estar en aquellas manifestaciones donde tocábamos el claxon y que ellos llamaban atascos… hasta que al cabo del tiempo regresé a Madrid. Pero no se me olvidarán aquellos meses que me regalaron junto al mar.
Nunca pensé que fuera a tener una vida tan larga, tengo más de diecisiete años y estoy a punto de morir. Estoy orgulloso de lo que he hecho, de lo que he recorrido y de los dueños que me tocaron en suerte. No puedo irme más contento. Por lo visto el Gobierno está dando unas ayudas para incentivar la compra de nuevos automóviles y reactivar un sector que como la economía y el país en general, está en crisis. La que ha sido mi última dueña, la mayor de las hermanas, se ha comprado un nuevo coche, pero uno de los requisitos era entregarme a mí.  No se lo reprocho, la entiendo perfectamente. Me hizo ilusión que eligiera un Renault Megane, al fin y al cabo somos de la misma familia.
Con sus manos acarició mi salpicadero, como era costumbre en ella y se despidió: “nunca te olvidaré Venti, has sido siempre un valiente” y le entregó las llaves al vendedor. Ellos serían los encargados de llevarme al desguace. Me emocionó ver que en su rostro había verdadera tristeza por separarse de mí. También me dijo que esperaba que con mis piezas hicieran algo útil y que, tal vez, en un futuro nos encontraríamos, yo reencarnado en un nuevo aparato tecnológico que ella comprase compulsivamente o con mis piezas fundidas en un armazón metálico que sujetara su nueva vivienda. Quién sabe. Ojalá, pensé yo.




Toqué los botoncitos del climatizador bizona de mi nuevo Renault Megane mientras pensaba en que ojalá este nuevo coche me acompañara en mi viaje al menos tantos años como Venti. .