Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



lunes, 23 de julio de 2012

Cuando comíamos gusanitos


por Marta


Corría el verano de 1991 y yo con mis escasos ocho años comía gusanitos naranjas en un banco del parque. Mi madre me decía que eso era una cochinada, que me iba a revolver la tripa y que luego no tendría hambre. Yo miraba mis dedos marcados a fuego con aquel naranja chillón y pensaba en el recorrido de mi tracto digestivo teñido ahora del color de moda del verano.

Quedaban días para que mi padre cogiera vacaciones y nos fuéramos al pueblo así que aguantábamos el tirón de los días en Madrid refrescando (aunque sólo fuera nuestra mirada) en una enfermiza fuente del parque de Eva Perón.

En aquella época las palomas no tenían tan mala fama como ahora…a mi me gustaban, sobre todo cuando eran pichones. Yo creo que lo que me gustaba en realidad era la palabra  ”pichón” porque me lo llamaba mi abuela cuando me despertaba de la siesta en verano en la casa del pueblo.

-             - Despierta, pichón, que ya está bien de siesta por hoy.-

Y yo me levantaba envuelta en sudor y felicidad. Luego mi abuela murió y dejaron de gustarme las siestas y las palomas.

Aquél día se me acercó una paloma gris, de esas que tienen plumas con reflejos verdes en la zona del cuello. Mi hermano pequeño y mi madre jugaban con las palas a unos metros de mí y yo apuraba mi bolsa de gusanitos. El animal se arrimó con bastante poca discreción al banco. De un salto se subió al banco y me miró con unos ojos mezcla de petición y apetito. Algo coaccionada por la situación posé uno de mis gusanitos a su lado y ella comenzó a picarlo de modo irrefrenable y violento. En poco menos de diez segundos había acabado con él a base de picotazos. Me miró con unos ojos mezcla de agradecimiento y dulzura. Después salió volando y yo me imaginé el color de sus siguientes deposiciones.

Mi hermano se cansó de jugar a las palas y se puso a llorar por alguna tontería. Mi madre tenía razón con que se ponía ñoño y tontorrón cuando le entraba el hambre. Nos disponíamos a salir del parque por la puerta principal cuando vi un corro gigantesco de palomas. Pensé en “mi” paloma y acto seguido me desilusioné pensando en que ella ya no se acordaría de mí…¿Acaso hubiera sido yo capaz de reconocerla entre tantos clones?¿Y le habría contado a sus amigas aquel manjar del que había disfrutado? Seguramente no por miedo a las envidias, se lo habría callado y sería un secreto que se llevara hasta su muerte. ¿Cuándo se mueren las palomas, pensé? ¿Dónde?¿Por qué no vemos palomas muertas por la calle todos los días?

El caso es que por muy increíble que parezca la reconocí. El resto de palomas le hacían el vacío y la estaban dejando aislada. Reparé en una situación que aún hoy recuerdo como si fuera ayer. Ella, las miraba con ojos indagadores, algo acongojados. El resto alzaron sus cuellos y le lanzaban miradas de odio e ingratitud. Mi paloma nunca sabrá el porqué de aquella exclusión social. Pero yo sí, yo pude reconocer nítidamente, tiñendo todo su pico, la evidencia naranja de su traición.