Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



lunes, 17 de noviembre de 2014

Los Alcázar

por Marta

Rafael Alcázar merecía morir, él lo sabía, pero no así. Esperaba un final trágico a la altura de su fama, a la altura de sus crímenes. Algo digno de su maldad.

Juana Alcázar merecía matarlo. Lo merecía desde que nacieron. Su madre la parió una mañana fría de invierno. Una niña fea, con la cara arrugada y color azulado. Cuando su madre se recompuso y tuvo a la niña en sus brazos comenzaron de nuevo los dolores. Esta vez tan intensos que los chillidos se oían desde la calle. Venía otro niño. Un niño lozano, muy guapo. Un niño tan grande que abrió a su madre en canal dejando a Juana agazapada como un conejo  mamando del pecho sin vida de su madre.

     La bala salió dirigida hacia el centro de su pecho. Un disparo certero para una persona que nunca había cogido un arma. Pensó que habría tenido muchas veces la oportunidad. Había por lo menos un par de revólveres, en la mesilla de noche y en el mueble de la entrada, pero ella siempre se había mantenido al margen de los negocios de la casa.  Lo cierto es que la distancia era corta y Juana contaba con la tranquilidad y el descuido del que no se espera la muerte.

Pocos segundos tardó la sangre en adueñarse del blanco de la camisa y sus ojos miraron fijamente a los de su asesina. Ahora su mirada era fija y penetrante, mostraba superioridad, ¿por qué me has matado? ¿Acaso tú, mi hermana, el ser más insignificante que ha pasado por mi vida, te crees con derecho a quitarme la vida? Juana sonrió. Una sonrisa amplia, con la boca muy abierta y los dientes exhibiendo su desorden como pocas veces lo había hecho.

El charco de sangre estaba a punto de alcanzar la gran alfombra del salón. Cuando mataron a su hijo ella misma rasgó las telas de toda la ropa del armario del chico y tejió con ellas durante semanas la gran alfombra.


La mirada de su hermano ya no le decía nada, se había esfumado la expresión de desconcierto y también la de superioridad. Sus ojos eran dos bolas blancas opacas. Muerto. Con la punta del pie apartó el pico de la alfombra para que no se tiñera de sangre.