Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



sábado, 20 de diciembre de 2014

Fuera de combate

por María

La vida es como una jodida pelea de sumo. Si te caes al suelo, si sales fuera del círculo de lucha (dohyō), o si utilizas técnicas ilegales - trampas, en definitiva- te quedas k.o. También existe una manera más humillante de perder: quedarse desnudo.

Me aficioné al sumo después de que Paola, mi mejor amiga, me echara de su piso, del dohyō que compartíamos. Cada noche, acurrucadas en el sofá, devorábamos las series de HBO, pero a mí me bastaba con aspirar el aroma de sus cabellos negroazulados. Hasta que un día dejé de hacer trampas, le confesé que la amaba desde el instituto, cuando ella perdió la virginidad con el chulito de la clase y me lo contó con pelos y señales encerradas en el baño. Me desnudé ante ella y pagué un precio demasiado alto.

Sin embargo, ella no tuvo piedad para tirarme al suelo con un golpe bajo e inesperado: salir del armario poco tiempo después.


jueves, 11 de diciembre de 2014

Próxima parada

por Marta

  Valeria sintió una náusea; apretó los labios y dejó de respirar durante unos segundos para evitar que la mezcla de olores del vagón le hicieran vomitar. Todos los días el mismo trayecto. Los viajeros que cada mañana se sentaban a su lado parecían encontrarse en lugares remotos. Miraban con sus ojos grises a la negrura angustiosa del túnel, luego se bajaban. Próxima parada: Congosto. Final del trayecto.

 Aquel día subió en el primer vagón. Las vías marcaban inevitablemente el camino del convoy; los raíles de la infelicidad que dirigían su vida le forzaban de nuevo a realizar el mismo itinerario  que de costumbre. El cuchitril de oficina al que acudía desde hacía años, las bolsas en los ojos de su jefe, cada día más grandes, la nariz de bruja de su compañera, cada día más afilada…

 Una mujer ataviada con abrigo de pelo de vicuña se sentó a su lado y sacó un periódico del bolso. Olía a aceite rancio. Abrió por las páginas centrales y, en la esquina superior izquierda de la hoja, una noticia llamó la atención de Valeria:

“…la joven de treinta años, después del incendio de su vivienda en el que perdió a su pareja, ha conseguido, gracias a sus nuevas manos biónicas, volver a tocar el piano.”

 Próxima parada: Esperanza

 Apenas fueron unas décimas de segundo. En un impulso que movilizó su mente y luego su cuerpo Valeria se bajó del vagón sin pensarlo.

 Al final del pasillo los rayos de sol atravesaban los cristales de la puerta de salida de la estación. Subió los escalones de la salida de la boca de metro de dos en dos. Salió a la calle y por su nariz penetró un intenso olor a tierra mojada. Había llegado la primavera. Comenzó a caminar mirando al frente como si llevara algún rumbo. Sus brazos se movían afinadamente al compás de las piernas, dejándose caer como si fueran de plomo. Los puños cerrados comenzaron a desentumecerse y abrirse. Sorprendida se dio cuenta de que casi toda la gente con la que se cruzaba dibujaba una sonrisa en su cara y de que sus oídos captaban la gama de sonidos más imperceptibles. Valeria no volvió al trabajo. Casi tres años y medio después, por fin, había llegado la primavera.