Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



miércoles, 15 de julio de 2015

¿Qué quieres ser de mayor?

por María.


Para Nuria, mi inseparable compañera en los 15100 caminos de la vida.

A un par de cuadras de la Plaza de la Liberación, antes de llegar a la Avenida Juárez, dos señoras se dedican al oficio de lustrar zapatos. No son las primeras de su generación que se consagran a dicho empleo. Cobran la boleada a 25 pesos. Yo me enteré de lo que era una boleada porque mientras me dirigía a Callao, en plena Gran Vía madrileña, vi como un hombre anunciaba su puestecito de limpiar zapatos con un cartel que rezaba “La mejor boleada de México”. Comprobé este dato por internet y vi que lo de bolear allí, al otro lado del Atlántico, parecía un oficio con algo más de futuro que en España. Aunque tampoco demasiado porque cada vez son más habituales, también allí, las zapatillas deportivas o el calzado informal que no necesita de lustre. En todo caso a mí se me hace raro que a alguien le apetezca que otro le limpie los zapatos en plena calle; por muy sucios que estuvieran los míos yo no querría ni regalada una boleada con público, y siendo sinceros, sin público tampoco me atrae en exceso. Pero supongo que si existe el oficio es porque otros no tienen tantos remilgos.

Otra ocupación que me llama la atención y que pensaba que se había extinguido es la de afilador de cuchillos. El otro día, a las 12 del mediodía en pleno barrio de Chueca, comprobé que estaba en un error: me topé con uno. Bajaba la calle con esa musiquita que cualquiera que la haya escuchado tendrá grabada en su cabeza y me transportó unos treinta años atrás, cuando era un sonido relativamente común en mis mañanas de fin de semana, como el del chatarrero o el del gitano con la cabra y el órgano. Supongo que no tengo ningún cuchillo cuyo valor merezca la pena tanto como para afilarlo, así que los afiladores de cuchillos son para mí tan prescindibles como los boleadores.

O tan prescindibles como debieron de serlo los serenos en las calles de Madrid, ya que estos sí que desaparecieron definitivamente. Empezando por el nombre siento gran atracción por la profesión de sereno. El pozo de sabiduría que es internet me explicó que estos tipos, una especie de vigilantes nocturnos de las calles que regulaban el alumbrado público y abrían las puertas de quien lo necesitara, en algunos lugares solían además anunciar la hora y las variaciones atmosféricas, y de ahí su nombre,  porque era muy habitual que el cielo estuviera despejado, sin nubes ni niebla, es decir “sereno”. ¡Las diez en punto y sereno! ¡Las doce en punto y nublado! ¡Las dos en punto y nevando!

Poco queda en el Madrid actual de ese Madrid de serenos, a los que imagino cargados de llaves y familiarizados con los vecinos de las calles que “patrullaran” y entonces creo que lo que me gusta no son sólo los serenos, o quizá ni siquiera los serenos, sino la inocencia de ese Madrid que apenas conocí.

Lo que no tiene visos de extinguirse, ya que estamos hablando de oficios y profesiones, es la eterna y fastidiosa pregunta de ¿qué quieres ser de mayor? Les sonará porque con toda seguridad la habrán recibido de pequeños y posteriormente la habrán formulado de adultos. Cuando recibes esa pregunta en la más tierna infancia el abanico de posibilidades no es demasiado amplio. ¿Cuántas profesiones sabe un niño de siete u ocho años? No sé ahora,  pero en mi infancia la cosa giraba en torno a los que querían ser bomberos, policías, soldados o pilotos de avión, es decir profesiones más de acción, los que querían ser médicos, abogados, periodistas o maestros, profesiones de menor riesgo físico y que elegían los más listos de la clase, o los que ya por pedir, pues querían ser actores famosos, cantantes, futbolistas o astronautas. Percíbase que hablo en masculino, aunque no hace falta señalar que muchas profesiones tenían su género ya asignado y si a un niño de nueve años le daba por decir que quería ser peluquero que se preparara.

Recuerdo perfectamente que en clase nos dieron una lámina blanca con un marquito color lila y teníamos que dibujar en ella qué queríamos ser de mayor. Creo que fue en cuarto de EGB, esto es unos nueve o diez años, aunque no estoy muy segura si fue antes o después de esa edad. Supongo que para muchos niños no supuso ningún problema plasmar ahí cualquier cosa, lo tuvieran o no claro; para algunos otros – no muchos- que nacen con una vocación clara tampoco supondría obstáculo alguno, pero ¿qué pasó conmigo? Pues que me quedé paralizada y tuve que pensar y pensar y repensar qué narices quería ser de mayor. Creo que debí de preguntar a mi familia por diferentes profesiones a ver si había alguna que me gustara (¿es lícito poner en esta tesitura a una niña de diez años?) y entonces decidí, sin saber demasiado bien qué era, que yo de mayor quería ser abogada. Y ahí que dibujé un estrado, con la mesa del juez, con sus banquitos de madera y con mi persona ataviada con toga y hasta birrete, obviamente influenciada y confundida por las películas y series americanas. Aquella de Perry Mason, que por cierto nunca he vuelto a ver desde entonces, me encantaba y creo que tuvo mucho que ver con el resultado final de mi dibujo.

La cosa es que años después, cuando aprobé selectividad y me llegó ese momento fatídico de elegir carrera y futuro vital (¿es lícito poner en esta tesitura a una joven de dieciocho años?)yo debía seguir con las mismas dudas que entonces. Así que pensé, pensé y repensé y ¿qué hice? Pues me matriculé en Derecho porque al fin y al cabo la única respuesta palpable que yo tenía a esa maldita pregunta era un dibujo enmarcado en un marquito lila.

Y así se forja la vida de una persona.

Y a estas alturas de la película no tengo claro si me equivoqué o no al pintar ese dibujo porque resulta que ya soy mayor y sigo sin saber qué quiero ser de mayor. Y lo pienso, lo pienso y lo repienso, pero la parálisis continúa y lo más parecido a una respuesta que se me ocurre nada tiene que ver con profesiones. De mayor quiero ser feliz, culta, eternamente joven y bella, millonaria. De mayor quiero ser pequeña otra vez, libre de responsabilidades y ajena a preocupaciones. De mayor quiero saber qué quiero ser de mayor.

Sin embargo creo que si consiguiéramos desterrar la preguntita de marras tendríamos mucho terreno ganado. No habría afiladores de cuchillos frustrados porque un día dijeron que querían ser médicos, ni habría mujeres de la limpieza que soñaron con ser actrices. Habría afiladores de cuchillos, médicos, limpiadoras y actrices felices de ser lo que fuesen.

Ojalá todo fuera tan sencillo como eliminar una pregunta,  pero obviamente esta es una cuestión mucho más compleja que pasaría por cambiar gran parte de la concepción de nuestro sistema educativo, un sistema que en mi opinión no funciona. Y no funciona porque no valora a la persona y sin ella nunca vamos a hacer un mundo mejor.

Pero si las cosas no cambian al menos podríamos incluir la  enseñanza de la canción del pirata cojo de Joaquín Sabina entre las materias obligatorias y así ampliaríamos algo  más el abanico de posibilidades para elegir. Yo al menos no me habría visto obligada a preguntar qué profesiones me podrían gustar, lo hubiera tenido claro: sin duda pintora en Montparnasse.

O bien esto o reconducir a los niños por caminos más realistas donde las respuestas a la cuestión variaran de las “yo quiero ser parado de larga duración, como mi papá”, o “fija-discontinua sin contrato, como mi tía” a “yo lo que deseo es ser funcionario gris” “contable amargado” “abogado mercenario” “tesorero corrupto de partido político” “niño de papá o hijo de torero vividor de las revistas del corazón”. No sé si sería un mundo mejor, pero desde luego que sería un mundo mucho más divertido.