Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



miércoles, 23 de septiembre de 2015

Operación “AISC”

Por Marta

En el suelo habían quedado por barrer algunas colillas de la noche anterior. La mejor cristalería, aún por estrenar, reposaba en los estantes. La detonación hizo volar por los aires el bar de la Plaza Coronado en lo que la policía denominó una operación  “AISC” (Alto interés de seguridad ciudadana). A pesar de la violencia de la maniobra se calificó de rotundo éxito cuando sacaron del interior los cuerpos de los cinco asesinos más buscados de la ciudad.

Julián Marbeleda, cincuenta y ocho años, director de banco prejubilado. Mató a sus principios en el año noventa y tres. Una mañana gris de otoño que recuerda mucho a la de hoy. Su firma bajo aquel contrato resultó ser un arma letal.  Pero no le bastó con una única puñalada, se ensañó día tras día. Año tras año. En el momento de la explosión desayunaba tostada con mermelada y café con leche en vaso de cristal.

Ángeles Ávila, cuarenta y nueve años, auxiliar administrativa. Culpable de matar su propio deseo. Un crimen lento, poco escandaloso. Lo fue envenenando a base de pequeñas dosis estratégicamente premeditadas. Un día negándose el rubor de un roce furtivo, al día siguiente evitando un cruce de miradas. Esta mañana, después de una dieta estricta se daba su primer lujo: croissant a la plancha.

Sara López, veintisiete años, estudiante de máster universitario. Condenada por el asesinato de su dignidad. Junto con la negación de los hechos intentó ocultar las pruebas claramente incriminatorias. Borró en el móvil la conversación en la que se arrastraba para conseguir aquella cita. Suprimió de su historial todas las copas que se había bebido sólo para sentirse más bella, más poderosa. Esta mañana tenía el estómago cerrado, sólo desayunaba un té negro con una nube de leche.

Guzmán Mateo, treinta y cinco años, economista. Mató su curiosidad. De un golpe seco, por la espalda. Mientras su novia se duchaba cogió su móvil y revisó todas sus conversaciones. Pese a la zozobra del que se sabe culpable respiró tranquilo. Cuando se produjo la explosión desayunaba un cortado con sacarina.


Ramón Vega, sesenta y dos años, camarero y dueño del bar de la Plaza Coronado. El número de víctimas mortales que había ocasionado a lo largo de su vida todavía no se sabía con exactitud. Había matado con veneno a decenas de personas que habían entrado en su bar a desayunar. Después de muchas semanas de investigación el círculo se había estrechado hasta que la policía no albergó ninguna duda. Sus últimas cuatro víctimas nunca fueron registradas en su expediente. Julián, Ángeles, Sara y Guzmán, murieron un poco antes de que el veneno, cuidadosamente disuelto en sus bebidas, hiciera su efecto.