Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



domingo, 22 de abril de 2018

Café Polinesia

por Marta


A María le incomoda entrar sola en un bar. No le gusta consumir algo solitariamente mientras se siente observada por ojos inquisidores: ¿qué haces aquí sola? ¿esperas a alguien? Pero hoy no le queda otra opción. Después de la sequía de los últimos días tiene que volver a hacerlo.

-Un cortado, por favor - El camarero de la cafetería Polinesia se remanga la camisa dejando ver el abundante vello de sus brazos. En su dedo meñique un sello de oro. María anota en su cuaderno, “duerme desnudo, se quita todo salvo el anillo”.

Un hombre anciano entra en el bar y se sitúa en la barra a su lado. Huele a casa cerrada.” La casa no volvió a ventilarse desde que ella murió, él solo sabía respirar el aire de su ausencia…”. El hombre pide un café. Disimuladamente mete la mano en el bolsillo de su gabardina y se oye un chasquido sordo. A continuación se lleva la mano a la boca y mastica con discreción. María intuye un trozo de galleta, quizás un bizcocho. Repite la operación mientras María garabatea sin parar. Cuando el anciano termina deja un euro en la barra y se va.

Entra una mujer y se sienta en la banqueta que acaba de dejar libre el hombre. “Aún estaba caliente el asiento cuando ella lo ocupó, esa sensación de sentir calor ajeno y anónimo le causaba repulsión…”

La mujer pide una cerveza. Saca un pequeño espejo de su bolso y se pinta los labios de rojo carmín repasándolos varias veces. A María le parece más joven de lo que es. “…Fue el regreso del amor lo que tersó su piel y devolvió ese brillo en los ojos que solo los demás perciben”. Saca el móvil y la letra de gran tamaño permite que María pueda leer la conversación con facilidad. Una gran cantidad de corazones e iconos con besos inundan la pantalla. María sonríe, no se equivocaba.

La última frase de su contacto aún parpadea en la pantalla: - No veo que peligro puede haber- . La mujer, con el pulso firme, teclea – Lo lamento, de veras, aún tendrás que esperar una o dos semanas más-. María escribe la frase tal cual en su cuaderno. Mira a la mujer y ésta le sonríe. Observa en su rostro la expresión del que se siente poderoso.  Cierra el cuaderno. Saca el monedero y deja un euro encima de la barra. Vuelve a abrir el monedero y deja otro euro de propina. Las musas de la cafetería Polinesia también tienen su tarifa.

martes, 20 de marzo de 2018

biopic


por María


No es que mi vida sea más interesante que la tuya, simplemente es que he vivido más que tú. Eso fue lo que me dijiste y después bebiste un trago largo del vaso de cerveza. Ya estaba casi anocheciendo, aunque la luz mortecina del bar donde nos encontrábamos hacía tiempo que nos había rodeado de nocturnidad.

En ningún momento creí tus palabras, aunque me hubiera gustado. ¿Realmente pensabas que la edad influía algo? Sí, está bien, los años, la experiencia, todo eso. Pero no. ¿Acaso podría yo, dentro de veinte años, entretener a alguien con los entresijos de mi vida anodina?

Entiéndeme, yo era feliz, o al menos lo bastante feliz como para no quejarme por ello, aunque en cierto modo echaba en falta algo. Ese algo que a ti te sobraba y al que tú no dabas la más mínima importancia. Es más, ni siquiera te hacía feliz.

¿Qué nos llevábamos? ¿Quince? ¿Veinte años? Nunca lo supe.  Pero tú a mi edad ya habías vivido más de lo que yo lo haría nunca. Yo pasaba despacio por la vida, sin hacer ruido, limitándome a seguir el camino fácil de la rutina cómoda. De esa rutina que puedes amar y odiar a partes iguales.

Salimos del bar y me ofreciste un cigarrillo. Lo acepté. Yo era una fumadora social que lo llaman. ¿Una fumadora social? Si, aquellos que fuman poco y ocasionalmente, en fiestas, reuniones. Hasta para eso era poco original. ¿Sería mi vida más interesante si fumara a diario? No, lo que debería hacer sería fumarme un buen porro. Pensaba esta clase de cosas mientras torcíamos por Tirso de Molina.
Al rato te paraste en aquel bloque antiguo de pisos donde habías vivido de alquiler hacía ya muchos años. ¿Cómo podías haber vivido en tantos sitios? Cuando alguien como tú piensa en el referente “mi casa”, ¿dónde lo sitúa? ¿En su casa actual, en la que habitó por más tiempo, en la que fue más dichoso…? Yo había vivido en cuatro casas diferentes a lo largo de mis treinta años, contando las de mi infancia ¿y tú? ¿Habrías perdido la cuenta? Si no la habías perdido tendrías que hacer un buen ejercicio de memoria para acordarte en orden cronológico de todas y cada una de ellas. 

Supongo que eran tus largos viajes lo que más me impresionó de ti, o quizá más que eso, haber vivido en diferentes países. O tal vez fuera lo exóticos que eran algunos de esos países.

Viajar es algo más que coger un avión, algo más que pasar unos días en una ciudad y hacer fotos a sus monumentos. Viajar es una experiencia más interior. Uno puede viajar realmente sin haber salido de las cuatro paredes de su casa. Decías este tipo de cosas, esas frases tan certeras que yo recordaría años después sin esfuerzo al pensar en ti. La verdad es que para mí siempre fuiste alguien especial, diferente. Intentabas ponerte el traje de persona normal, pero no te quedaba bien. El tuyo era el de personaje de novela. O de película. Siempre lo supe.  

Nos despedimos en la boca del metro. Ambas madrugábamos al día siguiente. Ahora tu trabajo era el mismo que el mío, un trabajo vulgar que a ninguna nos gustaba. Ya no te codeabas con famosos, ya no viajabas en business. Eso te quitaba algo de glamour, ciertamente. Aunque llegarían las vacaciones de verano y yo me iría a Torremolinos mientras que tú te irías a Uzbekistán y al volver me hablarías de la ruta de la seda y me regalarías esa cajita nacarada.  Creo que era un joyero, pero no sé si te llegué a decir que la usé para guardar condones.

También me contarías el romance con el holandés aquel, o quizá fuera belga o alemán. Lo cierto es que esas aventuras con hombres extranjeros también ayudaban a mitificar la imagen que yo tenía de ti. Jamás presumiste por ello. Yo en cambio sólo había probado el producto patrio. De hecho sólo me había acostado con Pedro, mi marido.

Después fue cuando te hiciste famosa y te empezaron a rodear un montón de buitres. A veces pienso si no habré sido yo uno de ellos, el peor de los buitres carroñeros. Sin embargo a ti la fama no te cambió un ápice. Seguías igual, igual de diferente, de especial, de humilde. 

Y luego te fuiste. Te fuiste para todos.  

Y ahora pienso en  esos años y me resultan tan lejanos, tan ajenos a mí. ¿Qué sería de mi vida si no te hubiera conocido? Supongo que seguiría siendo invisible en aquella empresa, trabajando para que llegaran las vacaciones, follando una vez por semana. Habría tenido algún hijo con Pedro.

Pero entonces tuve la idea. Aproveché tus contactos y los conocimientos adquiridos en aquellos cursos a distancia sobre escritura de guiones. Tú ya no estabas, así que pensé  ¿qué más da? Vendí tu vida, nuestra amistad, tus secretos más íntimos.

Tras la película sobre tu biografía me llovieron las ofertas y hoy en día soy una de las guionistas más cotizadas de Hollywood. Escribo las películas con las que hace años sólo podía soñar. Me alojo en los mejores hoteles del mundo, viajo a los destinos más paradisíacos. Anoche me acosté con una mujer. Me gustó.

¿Qué por qué te cuento esto ahora que no estás? Supongo que te escribo para expiar mis culpas. Aunque no puede haber peor castigo que el de la voz de mi conciencia, aquella que me repite que haga lo que haga y esté donde esté siempre tendré una existencia prosaica. O simplemente te escribo porque te echo de menos.  
Tu vida no te hizo feliz y a mí, cuando me puse a hablar de ella me quitó la felicidad que ahora sé seguro que tenía. La que me proporcionaba esa cómoda rutina. Es curioso, ¿no crees?