por Marta
El
pueblo vio llegar a la vieja Chan hace años. Ya era una anciana cuando llegó y
se instaló en la casucha de las afueras, cerca del bosque. Era un chamizo
abandonado al pie del camino. Nadie querría vivir ahí. El pueblo sabe que en el
bosque hay oscuridad y en los caminos acechan peligros.
A
ojos de todos los vecinos la vieja Chan vivía casi en la indigencia. Fue
arreglando la casucha con sus propias manos. Unas maderas que recogía de aquí y
de allá.
Nadie
visitó nunca la casa de la vieja Chan. La gente del pueblo veía a lo lejos cómo
los viajeros del camino y las criaturas del bosque entraban en su chabola.
Pensaban que la vieja vendía su cuerpo, o algo peor, que vendía su alma a cambio
de unas monedas.
La
anciana no se acercaba al pueblo. Lo miraba desde lo lejos como el que mira a
un desierto. No compraba comida. Cultivaba semillas en un trozo de tierra y
recolectaba de cuclillas los brotes tiernos y algún tubérculo. En verano cogía frutas
del bosque. En invierno quemaba leña. Plantó almendros dulces alrededor de su
cabaña.
El
pueblo odiaba a la vieja Chan. Los viajeros del camino ya no se detenían nunca
a beber cerveza o vino caliente en las tabernas del pueblo. Las tabernas ya
solo eran para la gente del pueblo. Gente que no salía del pueblo.
La
primavera había tardado en llegar. Una noche se levantó un terrible viento
huracanado. Las gentes del pueblo escuchaban atemorizados el rugido del aire.
Cuando
amaneció todas las flores de los almendros estaban en el suelo. Un manto blanco
de nieve cubría el terreno alrededor de la casa de la vieja Chan. Nadie supo
entonces que la anciana había muerto.
El
pueblo vio llegar esa mañana gente y más gente desde todos los lugares. Se
arremolinaban alrededor de la casucha de la vieja Chan. El pueblo tuvo miedo.
¿Serían las ánimas de los viajeros que venían a recuperar sus monedas?
Ya
entrada la tarde la multitud era incontable. Ancianos, mujeres, niños, jóvenes.
Gente que durante todos los años había pasado por allí y habían visitado a la
vieja Chan.
Un
hombre del pueblo se armó de valor. Saldré a enfrentarme a la multitud, dijo. Les
preguntaré a qué han venido, qué quieren de nosotros.
La
multitud era abrumadora. Cuando el hombre llegó al borde del camino abriéndose
paso entre ellos preguntó a una mujer embarazada, ¿por qué estáis aquí?
La
mujer miró al hombre y en sus ojos había una especie de calma, una paz que él
nunca había visto en los ojos de nadie del pueblo.
-Venimos por la vieja Chan. Ella nos cambió la vida y el viento
nos ha comunicado su muerte. Qué afortunados vosotros que la tuvisteis tan
cerca. Vosotros, que pudisteis escuchar sus lecciones de vida día tras día. La
vieja Chan era un ser humano único, dichosa sea.
El
hombre volvió al pueblo con una nausea en el estómago que le apretaba como un
puño. Cuando entró los vecinos le esperaban ansiosos, ávidos de respuestas.
-Cerrad todas las puertas- dijo-. Es gente peligrosa.
Mantengamos el pueblo a salvo-.