Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



miércoles, 3 de junio de 2015

Patrimonio de la humanidad

por Marta


Todos sabemos que cuando La Muerte llega se lleva por delante todo lo que encuentra. Arrasa.  Pongo La Muerte con mayúsculas, como nombre propio, porque en un libro de Lengua que usé hace muchos años al lado de un poema a modo de ilustración estaba la clásica figura de una mujer sin rostro con la guadaña a cuestas. Me dio miedo y se me quedó grabado. Muchas veces la muerte es tan injusta que necesitamos algo concreto a lo que odiar, aunque sea una silueta de un libro de EGB. Como decía, La Muerte suele llegar y llevarse por delante a la gente. Pero esta gente muchas veces no deja huérfano solo a sus hijos, a su familia, a sus seres queridos…Los muertos dejan huérfanos a los objetos.

Este fin de semana he estado en el pueblo de mi abuela, en la casa en la que veraneé muchos años. Allí, en el cajón de una pequeña mesa auxiliar al abrir me he topado con el costurero. No me ha sorprendido, la verdad. Ese costurero ha estado allí desde que yo tengo uso de razón. Ahora mismo, cierro los ojos, pienso en él y lo puedo recrear a la perfección; es una caja cuadrada de color rojo y textura aterciopelada, en la tapa hay dibujada una escena de caza con caballos y perros corriendo. Lo he abierto y he encontrado lo de siempre. Cada cosa en el sitio en el que se la había dejado. Han pasado ya unos cuantos años desde que nadie coge una aguja o un alfiler de esa almohadilla. Y me ha resultado curioso, raro. Mi abuela tenía su orden singular dentro de esa caja. Los botones pequeños en una cajita de caramelos, los grandes en una bolsa transparente. Agujas ordenadas por tamaños, corchetes, cintas elásticas. Todo tiene su lugar y sin embargo mi abuela nunca nos contó cual era ese preciso lugar para cada cosa. Cuál era la manera de colocar cada objeto de ese costurero. Parecerá una tontería pero me ha sobrecogido el pensar que mi abuela se fue sin contarnos como había que gestionar ese pequeño mundo de su costurero. Y me he sentido un poco torpe y a la vez un poco entrometida, así que he hecho lo que casi todo el mundo haría, lo he cerrado dejándolo todo igual. Este costurero, huérfano de madre, de momento se queda a la espera de que alguien tome las riendas de su vida.

A este tipo de objetos me refería antes. Incluso cosas mucho más triviales como puede ser una lata de conserva. Seguían mis pensamientos este hilo conductor después de cerrar el cajón de la mesa auxiliar cuando me he acercado a la fresquera. Para el que no sepa lo que es, se trata de estancias que había antiguamente en las casas, en las zonas más frescas, de ahí su nombre, donde guardaban los alimentos. Ahora vamos de modernos con frigoríficos de dos puertas pero antes había neveras que eran toda una habitación. En un pueblo minúsculo como en el de mi abuela, en el que no hay tiendas, como supondréis es importante tener una fresquera bien surtida. El caso es que he recordado que al principio de cada verano mi abuela y yo hacíamos un exhaustivo análisis de las latas de conserva que había en la fresquera y que habían quedado de años anteriores. El objetivo era ir mirando una por una las fechas de caducidad y dejar en primera fila las que caducarían ese año y que por lo tanto debían ser consumidas durante el verano. Berberechos, tomate frito o espárragos. Nuestro menú lo dictaban las fechas de consumo preferente.  Como os podéis imaginar la gestión de estas conservas se ha quedado paralizada en el tiempo. He encontrado latas de 2009 en primera fila esperando su turno para salir, y si las latas tuvieran voz ésta habría sido una mezcla de incredulidad y reproche, ¿qué pasa con nosotras?

Cuando volvíamos en el coche a la vuelta mi hermana y yo hemos visto desde la carretera, en mitad del campo una construcción antigua que, por lo menos por aquella zona, le llaman “paridera”.  Tenía el techo completamente derruido y las paredes de piedra empezaban a hundirse. Esa pequeña edificación que algún día fue importante para alguien, fundamental en su vida diaria para algún pastor, supongo, hoy se derrumba lentamente ante la indiferencia de los que lo rodean. Nos hemos quedado calladas.  No sé si mi hermana estaba reflexionando sobre lo mismo pero yo he pensado que algún día todos mis objetos serán patrimonio de la humanidad. Que el hombre es increíblemente frágil y por mucho que nos creamos un montón de piedras, una bobina de hilo o unas simples latas son capaces de ganarnos la batalla. Que hay que disfrutar los tres días que estamos aquí, joder.