Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



domingo, 19 de febrero de 2023

Mudanza

 

Por Marta

Mis abuelos han pagado la mudanza. Siempre que mis abuelos nos pagan algo mi abuelo saca una pluma dorada que lleva en el bolsillo de la camisa. Como casi siempre mi abuelo lleva jersey tiene que hacer contorsiones raras con los brazos para sacar la pluma porque una vez que metió la mano por el cuello del jersey la abuela le dijo que no hiciera eso, que el cuello se daba de sí. Luego coge una especie de bloc de notas que tiene guardado en la mesilla y escribe cosas. Pone el nombre de mi madre y debajo el dinero que mi madre le dice que necesita. Es la tercera vez en este año que hemos ido a por una hoja del bloc de notas del abuelo, que me ha dicho mi madre que es como dinero. Las tres veces hemos ido a casa de los abuelos solamente a eso. No nos hemos quedado a merendar, ni a jugar con un perro que tienen. Y eso que estábamos cansados porque por lo menos hay una hora en coche.

Cuando hemos vuelto hemos dejado el coche en la plaza de garaje de Ana, que es la amiga de mamá que nos deja el coche a veces, cuando lo necesitamos. Hemos sacado la bolsa de viaje del maletero y, como Ana no estaba en casa, mi madre ha echado las llaves de su coche en el buzón en el que ponía su nombre. También le ha dejado una notita en el que ha puesto GRACIAS y me ha dicho que dibujara algo y yo he dibujado un sol sonriente. Hemos salido a la calle y mi madre me ha dicho que, a partir de ahora éste, el barrio de Ana, va a ser nuestro barrio. A mí me gusta.

Como mañana es la mudanza de momento no tenemos nada en nuestra casa así que mi madre me ha dicho que podíamos pasear o ir al parque. Pero yo le he dicho que prefería ir a conocer nuestra nueva casa. Así que hemos caminado bastante rápido, aunque mi madre cargaba con la bolsa de viaje. Hemos recorrido una calle larga y principal que tenía muchas tiendas. Mi madre se ha parado delante de una floristería y me ha dicho que eligiera una planta. Que la íbamos a poner en nuestra nueva casa para inaugurarla. Yo he elegido una con unas flores rosas grandes. También me ha gustado mucho la maceta verde pero mi madre le ha dicho a la de la tienda que la maceta no la queríamos, sólo la planta; y la ha sacado y nos la hemos llevado con su maceta de plástico marrón.

Hemos callejeado por unas cuantas bocacalles, mi madre cargando la bolsa y yo la planta, y hemos llegado por fin a nuestro portal. Es el número ocho, mi número favorito. Justo enfrente del portal había un señor tirado en el suelo encima de una manta. Estaba descalzo, con los pies muy negros. Hemos subido por unas escaleras estrechitas. Es un piso quinto y no tiene ascensor. Las escaleras crujen y a mi me gusta ese sonido. Según subíamos yo iba mirando por el hueco de las escaleras y los cubos de basura en la planta baja se iban haciendo cada vez más pequeños. Cuando hemos llegado a la puerta, antes de abrir, mi madre me ha dicho que la casa era muy pequeña, que no era como la casa en la que vivíamos antes ni como la de los abuelos. Yo le he dicho que a mi no me importaba.

Es una casa diminuta. La cocina y el salón están juntos y solamente hay una habitación con una cama grande en la que, de momento, vamos a dormir los dos. Hasta ahora solo hemos dormido juntos si estaba malito, o si mi mamá venía a mi cama en mitad de la noche porque tenía miedo. Pero ahora me encanta la idea de dormir con ella siempre, sin que haya ningún motivo.

Mañana viene el camión de la mudanza a las 7 así que mi madre ha dicho que teníamos que cenar y acostarnos muy temprano porque mañana va a ser un día duro. Hemos colocado la planta de flores rosas en la mesita que hay en el salón. Es lo único que hay, además de dos sillas y un sofá que tiene la piel muy gastada en la zona de los brazos. No hay nada más en toda la habitación de momento. Hemos cenado un par de bocadillos que mi madre ha sacado de la bolsa de viaje, de tortilla francesa, que son mis favoritos. Luego ha sacado nuestros pijamas, los cepillos de dientes y unas sábanas que hemos puesto en la cama. En el fondo de la bolsa de viaje había un pequeño aparato, parecido a un móvil con un piloto rojo intermitente, que mi madre ha sacado y ha dejado en la mesilla. Me ha dicho que no lo toque jamás, pase lo que pase. Pero que si suena y ella no lo escucha porque está en la ducha, por ejemplo, que la avise de inmediato.

Después mamá ha abierto la ventana porque hace mucho calor. Yo me he asomado y abajo en la calle he visto al señor de los pies negros. Ahora estaba de pie, hablando solo y gesticulando de un lado a otro de la calle. Nos hemos metido en la cama, pero sin taparnos. Por la ventana entran muchos ruidos de la calle. Se oyen voces, coches, sonidos de ambulancias lejanas. El señor de la calle ha empezado a gritar hasta que alguien desde una ventana le ha dicho: cállate, borracho.  Mamá me ha contado un cuento inventado que son los que más me gustan. Aunque hacía muchísimo calor, y yo estaba asfixiado, mi madre me ha abrazado muy fuerte y yo no he dicho nada. Luego ha pasado algo que nunca antes había pasado, mi madre se ha quedado dormida antes de terminar el cuento y antes de que yo me durmiera. No la he despertado porque parecía muy cansada y porque mañana va a ser un día duro. Me he quedado mirando al techo, contento en nuestra nueva casa. En la oscuridad de la noche sólo se reflejaba el resplandor rojo de la luz intermitente.