Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



viernes, 8 de mayo de 2020

Retrato de familia con gato.


Por Marta

En la casa de la calle Montesquieu 8 habita una familia y su gato Oboe. El gato, Oboe, tiene un deseo. Su deseo es que desaparezca todo el mundo de esa casa por un rato y quedarse sólo frente al televisor. El televisor estaría en negro, no podría ver aquello que vio esa tarde. Y él lo sabe, Oboe es demasiado sagaz y demasiado viejo para creer que los sueños se pueden hacer realidad a estas alturas. Su único deseo es quedarse solo y revivir con su imaginación aquella tarde, esas dos horas de película en las que conoció la mirada felina más atractiva que haya visto jamás, la de Sophia Loren.
El deseo de Julián, el padre de la familia, es bien distinto. Julián desearía que su mujer le amara. Bien un amor loco, bien uno sosegado, le daría igual. Se ha acostumbrado tanto a hacerse el tonto que algunos días hasta le sale solo. Baja la basura cuando ella lo ordena, pela las cebollas para que ella no llore y le hace el amor, una vez por semana como mucho, cuando ella lo dice. Y digo bien, Julián le hace el amor, ella no sabemos qué hace. Oboe piensa que Julián es un cobarde, pero se sienta a su lado en el sofá y deja que le acaricie el lomo con sus manos ásperas y calientes. Hay cobardes y cobardes.
Teresa desea ser como su amiga Pilar. Con el mismo gusto por la decoración, con sus hijos con buenas carreras ya colocados. Primero soñó ser como su amiga Fátima y la igualó teniendo novio. Luego anheló ser como su prima Carmen, que cuando se enteró de su embarazo hizo volver a Julián del trabajo para que la fecundara. Ella, que disfruta en secreto releyendo algunos domingos sus cartas de novios, no lo sabe todavía, pero dentro de cinco años deseará ser como su vecina Julia, la del número 6, que por esas fechas estrenará orgullosa el papel de abuela. Oboe odia a Teresa sin titubeos, pero es la mano que le da de comer así que su lado animal le lame la mano, se entrecruza entre sus piernas y se deja acariciar incluso en la cabeza.
Felipe, el hijo mayor, tiene un deseo que debería ser inconfesable aunque a él se le nota a la legua: desearía haber nacido en otra familia. En una en la que presentárselos a alguien no le hiciera sentir ridículo. Le abochorna todo de ellos, hasta el gato ése que parece una bola de pelusa gris. Algunos días, sobre todo esos en los que el aire trae el olor del mar, Felipe se avergüenza de su propia vergüenza. En unos meses va a organizar la pedida de mano de su novia y a formar una nueva familia. Tendrá por lo menos dos hijos y vivirá en una casa con jardín. Y a sus hijos los va a hablar en inglés, para que no le pase como a él que todavía se le atragantan algunos freisal verbs. Y los sábados por la mañana cuando los niños echen una carrera en el parque él dará la salida: Redi…gou! Y será el hombre más feliz del mundo. Oboe no opina nada de Felipe, lo esquiva por el pasillo, no lo considera de la familia.
Lili es la pequeña. Acaba de cumplir catorce. Le gustaría tener la mirada misteriosa y astuta, como la de Marlene Dietrich en “Testigo de cargo”, o como la de su gato Oboe. Es que un día le dijeron que tenía la mirada triste y es la única pega que ve a su cara,sus ojos. Pero ya ha visto un montón de tutoriales en Youtube y cada día se los maquilla mejor. A Lili su gato Oboe le vuelve loca, se lo sube a la silla en sus rodillas y le hace mil arrumacos hasta que el gato no puede más y se baja pidiéndole una disculpa con esos ojos grandes y amarillos. Es que ya se está haciendo un poco mayor, piensa Lili… bueno, y que es un gato, y no un peluche, como le dice su madre. A Lili le encanta pasar tiempo con su padre. Es paciente, como ella. Lo último que han hecho juntos es el puzzle del Guernica de 5000 piezas. El día que lo terminaron se sentían fascinados. Teresa entró en el cuarto de estar y les dijo que era demasiado grande como para colgarlo o enmarcarlo. Así que a la mañana siguiente empezaron a desmontarlo con un poco de pena...pero con mucho cuidado, le ha dicho su padre, que no se pierda ninguna pieza porque igual, algún día, nos apetece volver a hacerlo. Su madre, piensa Lili, tiene el corazón más duro que el cuarzo, el feldespato y la mica juntos. Es decir, como el granito. Aunque también piensa que con el granito de base se puede construir una casa dura y resistente, como en la que viven.
A Lili su hermano Felipe le cae medio bien. Se llevan bastantes años y sus mejores recuerdos con él son cuando ella era muy pequeña y su hermano le ayudaba a hacer ejercicios en una manta en el suelo, se reían mucho y recuerda que era muy cariñoso. Ahora sólo es así de vez en cuando, sobre todo cuando viene su novia Sara a comer a casa, que, por cierto, es guapísima y se maquilla los ojos que un día ya le preguntará el truco.
Lili no desea nada. La naturaleza la hizo alegre, feliz, satisfecha. Oboe la admira. Ronronea mientras frota la cabeza contra su tripa y, mirando para arriba, piensa que cada día sus ojos se parecen más a los de Sophia Loren.

lunes, 6 de abril de 2020

La nueva era

por Marta



“Que aquí, tú ya lo ves,
es Albanta al revés.”
L.E. Aute


El azar podía haber hecho que las cosas sucedieran de cualquier manera pero sucedieron así. Con la reprogramación genética y los nuevos avances tecnológicos nadie pareció dar importancia al primer bebé humano nacido con pantalla frontal. Cuando ya hubo toda una generación empezaron las primeras consecuencias. La pantalla en la frente de LCD y 16 megapíxeles mostraba los pensamientos de su dueño. Arial 12: Letras blancas sobre fondo negro. La humanidad tuvo que adaptarse a los cambios, primero eran niños pero luego chavales y después padres de otros niños que también heredaron la pantalla frontal. “Me gustas” podía leer la joven en la frente de su tímido compañero de clase. “Me das asco” leyó el marido en su mujer antes de que ésta lo tapase con su flequillo. Los matrimonios apenas duraban, sólo desenfreno y romances puntuales. Nadie soporta leer según qué cosas. Desaparecieron los asesinos, las guerras, los robos, la corrupción. Todo estaba escrito en la frente. La mala gente era encarcelada sólo con echar un vistazo a sus proyectos. La hipocresía y la falsedad quedaron desterradas. Las personas se esforzaron en cambiar su forma de pensar si de verdad querían tener éxito entre sus semejantes; era la única manera. La empatía se puso de moda. Desaparecieron muchas profesiones, en realidad, del mundo anterior no quedó casi nada. Tuvimos suerte los escritores, los pintores y los músicos. Somos los únicos que a partir de unos simples pensamientos hacemos magia.

lunes, 24 de febrero de 2020

Elena

por Marta



Allí reunidas, en clandestinidad, con nocturnidad y sin conocer todavía lo que es la alevosía, las chicas del internado, las adolescentes de segundo año, planean su estrategia, meditan la táctica, perfilan la maniobra. Están en La Mancha, en mitad de la nada, pero podrían estar ahora mismo en la sede de la ONU, luchando por sus derechos, conquistando la justicia que ellas creen arrebatada. Su vida es tranquila, apacible: por las mañanas aprenden álgebra, a media tarde a controlar sus hormonas y por la noche a domesticar sus sueños.

Las adolescentes de segundo año no adolecen de nada, no conocen la maldad. Definitivamente aprenden de la vida de oídas y conforman, todas ellas, un pequeño animal salvaje que aún no conoce la selva.

No se sabe a ciencia cierta si lo que ocurrió aquella noche y al día siguiente marcó a alguna de ellas. Es cierto que el suceso rompió su rutina, despertó ese animal dormido y delicado que cada una de ellas llevaba dentro, pero no, no creo que de modo consciente ninguna de ellas marcara esa fecha en el calendario.

Anselmo, el pastor, ese hombre huraño, ese animal tan diferente a ellas ha cambiado sus prácticas y desde hace unos días encierra a sus ovejas en un cercado muy próximo. A escasos metros de la habitación donde duermen las adolescentes de segundo año, pared con pared con ese lugar donde la inocencia campa a sus anchas. Anselmo, poco aficionado a la higiene, tiene las ovejas sucias, las niñas lo saben, lo intuyen porque, no saben de ovejas, ni de animales, no saben casi de nada, pero los ojos de una oveja no mienten. Esos ojos tristes piden clemencia. Hay algo al mirarlas que las hace daño pero aún no saben ponerle nombre.

Las niñas están inquietas, sobresaltadas, y, lo más grave: cada día sus piernas y brazos aparecen incendiados por decenas de picaduras de las pulgas que alojan las ovejas. No aguantan más. Ellas, limpias, con el pelo de color de la miel, ellas estaban primero. Centran su odio en Anselmo y aparece un arranque que no conocían, una serpiente latente en el fondo de sus entrañas que comienza a despertar. Se reúnen en torno a la líder, la más mayor, todas con sus camisones de algodón, todas con los cuerpos tan diferentes como diferentes pueden ser los cuerpos a los doce años. Conjuran contra el pastor y sienten, encendidas, que las picaduras hablan por ellas. Es intolerable. Está decidido: mañana se enfrentarán juntas al opresor, al enemigo de la paz, al protagonista de esta catástrofe. Se acuestan nerviosas hasta que el sueño las va conquistando y sometiendo, como un mal presagio de lo que mañana sucederá.

Y llega por fin el día de mañana y no hay nada que se pueda contar digno de ser contado. Las adolescentes de segundo año se sienten poderosas caminando, pero cuando se plantan frente al pastor las razones se hacen pequeñas, los argumentos brotan deslavazados de sus bocas. La presencia intimidante de Anselmo las mina. El miedo vence a sus razones y solo germinan de sus labios peticiones inconexas que el pastor repudia con algo parecido a una media sonrisa.

Vuelven al internado rendidas, sin hablar, pactando en silencio que obviarán lo sucedido. Regresan con la piel algo menos tersa, con el color de pelo apagado, nada parecido al de la miel. Algunas vuelven a sus juegos, normalizando lo sucedido, anestesiadas por la indiferencia para el resto de sus vidas. Pero Elena, algo sucede en Elena. Siente un dolor genuino. La serpiente de sus entrañas le pellizca por primera vez haciéndole llorar. Siente esta derrota como la primera, la terrible primera vez en la que, sola y cándida, en mitad de La Mancha, se da cuenta de cómo funciona el mundo.