Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



domingo, 14 de marzo de 2010

El siguiente relato nació de un modo peculiar. Una noche, entre sueños, a su autora le vino el título inesperadamente a la cabeza.Convencida de que ese título no podía quedar huérfano de historia se puso manos a la obra.

ME ABANDONARON LAS MANECILLAS DEL RELOJ por Marta

Llegué a casa pronto aquella tarde y con ganas de cocinar. Bajé a comprar verduras para hacerlas a la plancha junto con unos solomillos que me recomendó el carnicero. Descorché el vino tinto y lo vacié en el decantador para dejar que cogiera la temperatura de la estancia. Ese día Arturo trabajaba hasta tarde a pesar de que fuera viernes. Pensé que tendría suficiente tiempo para recrearme en la elaboración del plato e incluso prepararía previamente un postre para coronar la cena. Tenía por casa algunas velitas que pensé en colocar dispersas por el suelo y encenderlas poco antes de la llegada de Arturo. Era una cursilada que no me gustaba nada pero alguna vez en la vida tendría que hacerlo…y ¿por qué no hoy? Estaba ilusionada con la cena, con la tranquilidad de un viernes en casa y con poder, por fin, después de cuatro años, demostrarle a su novio todo lo que le quería.
Eran casi las nueve y con toda la cena preparada y el postre en la nevera me desnudé para tomar una ducha. Desconecté el móvil del trabajo. Hacía más de dos años, desde que empecé a trabajar para Birdgets & World que no había tenido tiempo para mí misma. Ni una sola tarde para recrearme en mi propio cuerpo y su cuidado. Me miré al espejo y vi a la misma Alicia de siempre. Quizás alguna curva se había pronunciado más a lo largo de estos años pero en el fondo el mismo cuerpo. Los mismos hombros con los huesos marcados, la cintura de avispa que tanto me gustaba y los pechos prominentes con los pezones duros y pequeñitos. Los toqué con las manos, apretándolos, como para sentir mi cuerpo y mi piel más cerca que nunca.
Me di una rápida ducha con agua muy caliente; todos los poros de mi piel se abrieron y sentí una profunda relajación solo comparable a la que lograba los pocos días que dormía ocho horas seguidas. Salí de la ducha, me miré al espejo y me ví guapa. Muy guapa. Estrené el conjunto de lencería que me había regalado Arturo hacía casi un año y coloqué en mi cuerpo el ceñido vestido negro que tanto le gustaba. Maquillé sutilmente mis ojos y usé el pintalabios más rojo que encontré. Detrás de las orejas puse unas gotitas de esencia de vainilla y en el equipo de música introduje el último disco de jazz que habíamos comprado. Sonó el teléfono.

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Hacía ya casi tres años que Alicia había recibido aquella llamada telefónica. Un minuto y treinta y dos segundos. Con voz seca y pocas explicaciones Arturo abandonó a Alicia. Un viernes tras otro, como si de un ritual se tratara, Alicia repetía la misma escena buscando otro final. Porque aquella noche, subida en unos altos tacones, Alicia se quedó como un reloj que pierde sus manecillas. Inservible. Perdida en el tiempo.