Para la pequeña Alba recién llegada.
Para su madre, que le leerá éste y muchos cuentos más.
En
un tiempo pasado y en un lugar remoto nació una niña que se llamaba Alba. Vino
al mundo un soleado día del mes de mayo, después de una larga temporada de
lluvias, y su llegada trajo mucha felicidad a todos los que la rodeaban.
Alba
fue un bebé muy tranquilo y a los pocos días ya sonreía desde la cuna cuando
los rayos del sol entraban por la ventana. Era una niña muy guapa y muy alegre
que crecía casi sin que sus padres se dieran cuenta.
A
Alba le gustó mucho ir a la escuela por primera vez y allí hizo amigos con los
que jugaba y reía…pero lo que más le gustó de todo fue descubrir los lápices de
colores. Ella había visto en su casa que había cosas de muchos colores pero
nunca se había imaginado que ella misma podría alguna vez crearlos con sus
propias manos. Desde que los descubrió no dejó ni un solo día de colorear y de
dibujar con sus lapiceros. Dibujaba de todo: el sol brillante, montañas verdes,
pajarillos de colores, etc. Solamente había unos días en los que no le gustaba
pintar…eran los días de lluvia. Alba se sentía triste porque en esos días los
colores eran muy apagados, casi grises, y, además, no se podía salir a la calle
a jugar ni a dar paseos. Era horrible para ella. Los días de lluvia se sentaba
en su habitación dejando que el tiempo pasara y cuando sus padres la animaban a
jugar a ella no le apetecía, solamente quería que volviera a salir el sol.
Pasaron
unos años y se convirtió en una experta dibujante y con tan sólo cinco años
tenía su habitación repleta de dibujos por las paredes. Pero lo que más le
gustaba dibujar eran los caballos. Era su animal favorito porque en su pueblo
había visto algunos de cerca y soñaba con poder montar en uno de ellos. En su
pared había caballos marrones, amarillos, verdes, azules…pero curiosamente los
caballos que más le gustaban eran los que dejaba sin pintar, los blancos.
Cuando
la niña cumplió ocho años ganó un concurso de dibujo en su colegio. Había usado
absolutamente todos los lápices de la caja de 56 colores que le regalaron las
amigas de la universidad de su madre.
-
¡Es precioso!- dijo la maestra nada más verlo.
El
premio del concurso fue una entrada para ir al zoo en primavera. Alba nunca
antes había ido así que fue el mejor regalo que le podían hacer. Mientras que
llegaba el esperado día de ir al zoo, Alba fue dibujando todos los animales que
iba a ver; leones amarillos, delfines grises, loros verdes, cebras a rayas…
Por
fin llegó el anhelado día de primavera en el que iban al zoo. Pero, de repente,
cuando Alba se levantó de la cama de un salto y se asomó por la ventana vio
algo terrible que no podía creer: estaba lloviendo. Por las calles discurría un
torrente de agua y el cielo gris, casi negro, no dejaba esperanza alguna.
Alba
se sentó en una esquina de la habitación y lloró con tristeza. La lluvia
siempre había sido lo peor que podía pasarle pero esta vez, además, le impedía
ir a un sitio que había estado deseando durante meses. No había consuelo para
la pequeña.
Con
el ruido de su llanto llegó su madre y se sentó a su lado.
- Alba, no tienes que ponerte así, no merece la
pena que llores por esto.
- Pero es que yo quería ir, tenía tantas ilusiones…
- No te preocupes, yo tengo un amigo que trabaja allí
y nos cambiará la entrada para ir al zoo cualquier otro día que haga bueno…-
dijo su madre mientras le apartaba el flequillo de la frente.
- Odio los
días de lluvia…son tan feos…
- Alba, los días de lluvia son tan bonitos como
cualquier otro. Son diferentes, se puede jugar dentro de casa e incluso en la
calle saltando los charcos. Y además, ¿sabes qué? para que haya tantos colores
en el mundo es necesario que haya días de lluvia.
Su
madre se fue y Alba se quedó pensativa.
Finalmente
se resignó, cogió su caja de colores y empezó un nuevo dibujo.
Pasó
un rato y, de repente, tocaron la campana que tenían en la puerta de casa. Alba
bajó con los lápices en la mano para ver quien era y cuando abrió la puerta vio
algo que no podía creer. Se trataba de un hermoso caballo blanco. Aquel caballo
que tantas veces había dibujado y con el que
había soñado que se montaría.
Alba
se quedó boquiabierta; pero se quedó aun más admiraba cuando el caballo le
habló:
- Shhh...no hagas ruido, no llames a tus padres…-
susurró el animal con voz grave.
La
niña dio un paso atrás.
- No tengas miedo Alba, solamente vengo para
invitarte a subir a mi lomo y dar una vuelta. Hoy es un maravilloso día de
lluvia, ¿te apetece?
Alba
estaba en camisón pero no lo dudo ni un instante. El animal se tumbó en el
suelo para que pudiera subir y cuando se incorporó de nuevo Alba sintió algo
difícil de explicar, era la persona más feliz del mundo en el caballo más
blanco que podía imaginar.
El
caballo abandonó la casa de Alba y comenzó a trotar por su pueblo. Todo se veía
diferente desde lo alto del animal. Pasó por todos los prados verdes de los
alrededores que ella tan bien conocía. Aunque estaba lloviendo Alba deseó que
el viaje no terminara nunca.
Cuando
se alejaron del pueblo el caballo le dijo a la niña:
- He venido para hacer tu sueño realidad, pero
sobre todo para recordarte que en la vida hay que disfrutar de cada momento, da
igual si llueve, truena o hace sol…todo lo que nos rodea y que no podemos
cambiar tenemos que aceptarlo tal y como
viene…son las leyes de la naturaleza, pequeña Alba.
Tu felicidad no depende del tiempo que haga,
depende sólo de ti.
Y el
animal comenzó a galopar cada vez más rápido. Alba estaba emocionada y se
agarró fuertemente al cuello del caballo. Estaba disfrutando como nunca en su
vida. El galope era cada vez más rápido y Alba notó que los pies del animal
iban tan veloces que comenzaron a despegarse del suelo. ¡Estaban volando! Desde
lo alto observó su pueblo, las montañas, el río… Se dio cuenta de que los
colores que llevaba en su mano se le estaban cayendo uno a uno. Cuando miró
atrás vio algo increíble; los lápices que se le habían caído iban dejando a sus
espaldas una enorme estela de colores en forma de arco. Justo en ese momento la
lluvia cesó.
Y es
así como, desde entonces y para el resto de los tiempos, después de la lluvia
aparece en el cielo un fabuloso arcoíris recordándonos a todos que hasta en los
días de lluvia lo más maravilloso es siempre posible.