por Marta
Ella
lo mató, de nuevo había fracasado al medir sus fuerzas durante el
estrangulamiento.
- ¡Joder, Maripaz! Si es que no es tan difícil… ¡nos has visto
hacerlo a tu padre y a mí cientos de veces! Lávate la cara y pasa la fregona
por tu habitación.
El
cadáver había quedado de rodillas en una postura imposible que, de haber
resucitado, lo habría hecho con un doloroso esguince de rodilla. La sangre
brotaba de su cuello de forma rítmica y violenta.
- Con lo mal que están las cosas para conseguir sangre fresca
y sana últimamente…estos niños de hoy en día es que no valoran nada. No se da
cuenta que nosotros trabajamos todo el día y no estamos como para salir todas
las noches de jarana. Y ahora todo el rollo del ácido y la descomposición del
muerto… ¡Que mañana a las siete a mi me suena el despertador como a todo hijo
de vecino!
Maripaz
pasó la fregona con desgana y se tumbó en el sofá. En menos de dos minutos, con
la cara sonrojada y la tripa llena se quedó plácidamente dormida.
Su
madre le llamó para que la ayudara pero sólo obtuvo silencio así que ella sola
arrastró el muerto hasta la bañera, soltó sus manos de las cuerdas que lo
ataban y lo desamordazó arrancando de un tirón la cinta americana. Una sombra
de vello negro quedó adherida a la cinta dejando depilado el labio superior del
cadáver. Francis, su marido apareció soñoliento en la puerta del baño.
- Tu hija, otra vez, que no mide. Fíjate que le tenemos dicho
que hay que apretar lo justito. Sólo con atontar es suficiente. Pues nada,
tiene mucha ansiedad y le puede… No podemos seguir así, Francis, igual a la
niña hay que llevarla a un psicólogo o algo así.
- Bueno, Charo, todos a su edad hemos hecho lo mismo, tú no te
lleves ese disgusto. Ya verás como va aprendiendo. Mira su hermano. Oye, y
¿cómo está?¿se ha enfriado ya?
- Hombre, un poco rígido ya…yo estaba aprovechando un poco la
parte de la ingle, si quieres rematar tú…yo voy preparando esto ¿cuántas
medidas de ácido había que echar por cada medida de agua?
Maripaz
movía sus párpados a una velocidad de vértigo mientras soñaba que al día
siguiente le compraban el nuevo iphone 5.
La calurosa noche de verano apenas movía las cortinas tras los ventanales de la
casa de los Gómez Luchana. La niña envuelta en sudor dormía de nuevo
cómodamente mientras emitía un sordo ronquido. Sus labios entreabiertos dejaban
al descubierto una boca infantil teñida de rojo. Y luego estaba la luna, aquél
uno de agosto la luna era redonda y tan blanca como el colmillo, brillante y
afilado, de la pequeña Maripaz.