Por Marta
Mis
abuelos han pagado la mudanza. Siempre que mis abuelos nos pagan algo mi abuelo
saca una pluma dorada que lleva en el bolsillo de la camisa. Como casi siempre
mi abuelo lleva jersey tiene que hacer contorsiones raras con los brazos para
sacar la pluma porque una vez que metió la mano por el cuello del jersey la
abuela le dijo que no hiciera eso, que el cuello se daba de sí. Luego coge una
especie de bloc de notas que tiene guardado en la mesilla y escribe cosas. Pone
el nombre de mi madre y debajo el dinero que mi madre le dice que necesita. Es
la tercera vez en este año que hemos ido a por una hoja del bloc de notas del
abuelo, que me ha dicho mi madre que es como dinero. Las tres veces hemos ido a
casa de los abuelos solamente a eso. No nos hemos quedado a merendar, ni a
jugar con un perro que tienen. Y eso que estábamos cansados porque por lo menos
hay una hora en coche.
Cuando
hemos vuelto hemos dejado el coche en la plaza de garaje de Ana, que es la
amiga de mamá que nos deja el coche a veces, cuando lo necesitamos. Hemos
sacado la bolsa de viaje del maletero y, como Ana no estaba en casa, mi madre
ha echado las llaves de su coche en el buzón en el que ponía su nombre. También
le ha dejado una notita en el que ha puesto GRACIAS y me ha dicho que dibujara
algo y yo he dibujado un sol sonriente. Hemos salido a la calle y mi madre me
ha dicho que, a partir de ahora éste, el barrio de Ana, va a ser nuestro barrio.
A mí me gusta.
Como
mañana es la mudanza de momento no tenemos nada en nuestra casa así que mi
madre me ha dicho que podíamos pasear o ir al parque. Pero yo le he dicho que
prefería ir a conocer nuestra nueva casa. Así que hemos caminado bastante rápido,
aunque mi madre cargaba con la bolsa de viaje. Hemos recorrido una calle larga
y principal que tenía muchas tiendas. Mi madre se ha parado delante de una
floristería y me ha dicho que eligiera una planta. Que la íbamos a poner en
nuestra nueva casa para inaugurarla. Yo he elegido una con unas flores rosas grandes.
También me ha gustado mucho la maceta verde pero mi madre le ha dicho a la de
la tienda que la maceta no la queríamos, sólo la planta; y la ha sacado y nos
la hemos llevado con su maceta de plástico marrón.
Hemos
callejeado por unas cuantas bocacalles, mi madre cargando la bolsa y yo la
planta, y hemos llegado por fin a nuestro portal. Es el número ocho, mi número
favorito. Justo enfrente del portal había un señor tirado en el suelo encima de
una manta. Estaba descalzo, con los pies muy negros. Hemos subido por unas
escaleras estrechitas. Es un piso quinto y no tiene ascensor. Las escaleras
crujen y a mi me gusta ese sonido. Según subíamos yo iba mirando por el hueco
de las escaleras y los cubos de basura en la planta baja se iban haciendo cada
vez más pequeños. Cuando hemos llegado a la puerta, antes de abrir, mi madre me
ha dicho que la casa era muy pequeña, que no era como la casa en la que
vivíamos antes ni como la de los abuelos. Yo le he dicho que a mi no me
importaba.
Es
una casa diminuta. La cocina y el salón están juntos y solamente hay una
habitación con una cama grande en la que, de momento, vamos a dormir los dos.
Hasta ahora solo hemos dormido juntos si estaba malito, o si mi mamá venía a mi
cama en mitad de la noche porque tenía miedo. Pero ahora me encanta la idea de
dormir con ella siempre, sin que haya ningún motivo.
Mañana
viene el camión de la mudanza a las 7 así que mi madre ha dicho que teníamos
que cenar y acostarnos muy temprano porque mañana va a ser un día duro. Hemos
colocado la planta de flores rosas en la mesita que hay en el salón. Es lo
único que hay, además de dos sillas y un sofá que tiene la piel muy gastada en
la zona de los brazos. No hay nada más en toda la habitación de momento. Hemos
cenado un par de bocadillos que mi madre ha sacado de la bolsa de viaje, de
tortilla francesa, que son mis favoritos. Luego ha sacado nuestros pijamas, los
cepillos de dientes y unas sábanas que hemos puesto en la cama. En el fondo de
la bolsa de viaje había un pequeño aparato, parecido a un móvil con un piloto
rojo intermitente, que mi madre ha sacado y ha dejado en la mesilla. Me ha
dicho que no lo toque jamás, pase lo que pase. Pero que si suena y ella no lo
escucha porque está en la ducha, por ejemplo, que la avise de inmediato.
Después
mamá ha abierto la ventana porque hace mucho calor. Yo me he asomado y abajo en
la calle he visto al señor de los pies negros. Ahora estaba de pie, hablando
solo y gesticulando de un lado a otro de la calle. Nos hemos metido en la cama,
pero sin taparnos. Por la ventana entran muchos ruidos de la calle. Se oyen
voces, coches, sonidos de ambulancias lejanas. El señor de la calle ha empezado
a gritar hasta que alguien desde una ventana le ha dicho: cállate, borracho. Mamá me ha contado un cuento inventado que son
los que más me gustan. Aunque hacía muchísimo calor, y yo estaba asfixiado, mi
madre me ha abrazado muy fuerte y yo no he dicho nada. Luego ha pasado algo que
nunca antes había pasado, mi madre se ha quedado dormida antes de terminar el
cuento y antes de que yo me durmiera. No la he despertado porque parecía muy
cansada y porque mañana va a ser un día duro. Me he quedado mirando al techo,
contento en nuestra nueva casa. En la oscuridad de la noche sólo se reflejaba el
resplandor rojo de la luz intermitente.