Píldora 2- Violetas
He llegado al andén del metro y en el cartel
que anuncia el próximo tren se advertía de una avería en el tendido que provocaba
una demora de 15 minutos. Hacía tanto frío en la calle que me ha dado igual con
tal de estar en un sitio calentito. He encendido mi ebook con la intención de
amenizar la espera. Una mujer mayor se ha puesto a mi lado y su perfume espeso
me ha aturdido. Creo que era algún tipo de fragancia que me ha recordado a esos
caramelos de violetas que le gustan a todo el mundo menos a mí. Si no tenía suficiente
con el aturdimiento del sentido del olfato ha continuado por el del oído: se ha
puesto a hablar por teléfono. Sí. Con ese volumen con el que suelen hablar las
personas mayores por el móvil. Quería abstraerme de su voz/olor cuando de
repente en sus palabras algo ha llamado mi atención. –Claro que te quiero, mi
amor- He apagado mi ebook para poner la antena en su conversación. Su voz
contenía una ternura especial. Perdónenme, no es que no crea en el amor eterno
pero no me negaréis que tal efusividad resulta, cuanto menos, curiosa. -Sí, ya
sabes, todo bien, los chicos bien. Ya te dije ayer que nuestra pequeña tuvo ayer
la ecografía y, ¿sabes qué? va a ser niño… y le van a llamar Alonso. Como tú- En
ese momento me pareció percibir que su voz se quebraba y sus ojos se humedecían.
Casi sin esperar la réplica al otro lado del teléfono ha continuado. ̶Ya sabes
que me muero de ganas de verte… pero será cuando tenga que ser… estas cosas no
se deciden. Pero ten seguro que hasta entonces voy a estar pensando en ti continuamente.
Como siempre- De repente, cuando aún
estaba terminando de pronunciar estas palabras, un timbre de llamada telefónica
me ha sobresaltado. Y no penséis que soy una persona muy asustadiza, es que el
timbre de llamada provenía del móvil de la mujer. El móvil que tenía
pegado a su oreja y con el que supuestamente mantenía una conversación. Ha
cruzado su mirada con la mía y con nerviosismo la ha desviado mientras
descolgaba la llamada. –¿Dígame? Ah sí, hola, hijo, ¿qué tal estás… - La mujer
se ha alejado de mí mientras hablaba y yo me he quedado paralizada en el andén.
Aún quedaban dos minutos para que llegara el tren. Dos minutos para seguir
preguntándome si creo en el amor eterno.