Por Marta
No sé cuánto
tiempo va a pasar hasta que alguien lea esto. Tampoco sé muy bien para quién o
para qué lo escribo. Quizás lo escriba solo porque uno escribe cuando no se
puede hacer nada, cuando todo está perdido. Esa es la impresión que tengo desde
hace unos días, los peores de mi vida. No lo sé, el tiempo lo dirá. Quizás se
trate solo de adaptarme, de dejar que las cosas fluyan. Todo comenzó hace un
par de semanas, el lunes ocho de abril de 2024. A las siete de la mañana. Fue
en ese momento exacto en el que comenzó esta pesadilla. La noche anterior había
puesto la alarma del móvil para ir a la universidad, como siempre. Entonces no
sonó la alarma, sonó la radio. En concreto el radio-reloj-despertador de la
mesilla. Ese con los números gigantes rojos que yo no había usado jamás en su
función de despertador. De hecho, no supe apagarlo. Aporreé todos los botones y,
desesperado, arranqué el enchufe de la pared. Palpé la mesilla para coger el móvil
y no encontré nada. Salí del letargo encendiendo bruscamente la luz de la
habitación. Cegado por la luz vi como pude que, en efecto, el móvil no estaba
en la mesilla. Tampoco en el suelo, ni en la cama, ni debajo de ella…por ningún
lado. Salí de mi habitación y le pregunté a mi hermano que si había visto el
móvil. A mi madre. A mi padre. La respuesta de todos fue la misma: ¿Qué móvil?
Yo pensaba que me estaban vacilando, pero no se trataba de eso, es que
literalmente no sabían de que les estaba hablando. Empecé a ponerme nervioso,
mis padres estaban también cada vez más alterados. ¿Qué es un móvil? Me decían
constantemente. Y yo…yo simplemente no sabía cómo explicarme, qué hacer. Un “puto-teléfono-móvil”.
No sabían de qué les estaba hablando. Pasado un tiempo prudencial me di cuenta
de que mi familia no me estaba engañando ni fingiendo. Hasta mi perro me miraba
con ojos desconcertados. Salí de mi casa en pijama al portal, desesperado. Vi
al portero y le pregunté si me podía dejar su móvil. Misma respuesta. Salí a la
calle en pijama y pantuflas. ¿Qué es un móvil?, me decían los transeúntes.
Volví a casa y encendí el ordenador. Busqué “teléfono móvil”. Las imágenes de
respuesta me horrorizaron, eran teléfonos de sobremesa con asas o con ruedas a
modo de chiste. Fue ahí, justo ahí. En ese preciso momento fue cuando supe que
estaba solo en el mundo. Me eché a llorar desconsoladamente. Mi madre a mi lado
lloraba también, ¿hijo, qué te ocurre? ¿qué te está pasando? Los días
siguientes me negaba ante la evidencia, busqué resquicios, complicidad en
alguien. Nadie, absolutamente nadie sabía de lo que hablaba. La gente va por
las calles conversando, en el metro van leyendo o mirando al infinito, los
chavales en los bancos comen pipas. Sé que lo que he vivido toda mi vida no es
fruto de mi imaginación. El primer móvil que tuve tenía un juego con una
serpiente que se hacía cada vez más larga y el último tenía… tenía todo. Dice
mi psiquiatra que probablemente ese artilugio no sea necesario porque en cada
lugar ya hay un teléfono y es muy raro que justo necesites hablar con una
persona cuando va de camino de un sitio a otro… Hasta ayer pensaba que nunca
podrían callarme. Que si hacía falta estudiaría ingeniería para volver a
inventar un maldito teléfono móvil. Hasta ayer. Hoy me he levantado y he
desayunado viendo a mi padre leer el periódico como todos los domingos. Después
de vestirme me he acercado a la puerta de la calle con la correa en la mano y
he hecho el silbido clásico para llamar a Toby. Pero Toby no ha venido. —Mamáaa,
¿dónde está el perro?
…
—¿Qué es un
perro?