Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



domingo, 23 de marzo de 2025

GÉNESIS

                                                                                                                                                 Por Marta


En el comienzo de todo se creó un patio de colegio. Un lunes. El patio tenía forma rectangular y un portón de entrada azul marino del mismo color que el uniforme del colegio. El patio estaba en calma pero un director vino y dijo: Abramos el colegio. Y se abrió el colegio. Y al ver que los niños jugaban juntos no los separaron. Y hubo día y hubo noche.

El segundo día, un martes, dijo la maestra: Mirad arriba, que caen judías. Y se hizo el cielo y también el suelo. Y éste era de cemento rojo y todas las suelas de todos los zapatos de todos los niños del colegio fueron rojas para siempre. A veces también las barbillas, a veces también las rodillas. Fue así como se separó el cielo de la tierra.

El miércoles un niño tuvo sed y pusieron una fuente de piedra en mitad del patio. De aquella fuente manó el agua fresca sólo durante un día y luego se bebía siempre agua en el baño, pero la fuente nunca dejó de llamarse fuente, y la piedra nunca dejó de ser piedra para desgracia de las cabezas de los niños.

El cuarto día, cuando el director vio que todo estaba bien dijo: que haya un recreo por la mañana y un recreo del comedor. Y el primero fue una jungla verde con árboles, frutos y animales salvajes. Y el segundo fue un desierto, con sol, alacranes y sin oasis.  Así se separó la mañana de la tarde.

El quinto día viendo que había cielo, tierra, jungla y desierto se crearon los monstruos marinos, las criaturas abisales del fondo del patio, las alimañas solitarias y las bestias en rebaño. Nadie dijo a éstos fructificad y multiplicaos, pero así lo hicieron. Y desde entonces juzgaron sin motivo a animales y plantas, señorearon por las canchas de baloncesto, plantaron semillas de odio que florecieron en un vergel de adelfas venenosas.

El sexto día matricularon en el colegio a la niña. Y esa niña, con cuerpo humano y alma de pez, desembarcó en el patio. Por las mañanas le temblaban las piernas y se le caían los mocos mientras su padre le desabrochaba los botones del abrigo con una sola mano. Cantaba canciones en las esquinas del patio en el recreo de las mañanas y la única vez que jugó al “rescate” nadie la rescató. No dio un beso, no dijo una verdad y no tuvo un solo atrevimiento. Trepaba a un columpio que los niños llamaban “el castillo” y en lo alto chupaba los barrotes de hierro hasta que el sabor metálico le dejaba dormido el paladar.

A la hora de comer solo comía pan y se guardaba los macarrones con tomate en los bolsillos del babi. En el recreo del comedor metía la cabeza entre los barrotes de la verja del patio buscando la salida y como no la podía sacar se quedaba encajada durante horas llorando y mirando a la gente que pasaba por la calle.

Otras veces, cuando la niña pez se cansaba de meter la cabeza en los barrotes, se iba al “cubo” El cubo tenía cuatro paredes de cemento y en lo alto una tapa de chapa metálica cerrada con un candado. Estaba en mitad del patio y nadie sabía qué contenía ni qué hacía allí. Se subía en él y apoyaba la mejilla en la chapa caliente y pensaba que dentro había un pozo o un tobogán que comunicaba con otro patio de colegio, al otro lado del mundo, donde había un niño con su oreja apoyada en la fría chapa. Un tobogán por el que escapar que atravesaba la Tierra por su núcleo y llegaba a otro desierto donde había un niño con cuerpo de humano y alma de reptil.

Se hizo la noche y, por fin, llegó el domingo. El suelo del patio seguía rojo, el portón azul y la fuente seguía siendo de piedra. El director del colegio recibió un nuevo destino, la maestra unas merecidas vacaciones, los monstruos abisales malas calificaciones.  Pensando en el niño lagarto la niña pez chupó durante largas horas sin descanso el candado de la tapa del cubo. Chupó y chupó hasta que su lengua se volvió de lija y el candado por fin cedió. Abrió la tapa y, cuando nadie la miraba, o cuando nadie la quiso ver, la niña se coló dentro del cubo de cemento y, por fin, al séptimo día, descansó.