por Marta
Valeria sintió una náusea;
apretó los labios y dejó de respirar durante unos segundos para evitar que la
mezcla de olores del vagón le hicieran vomitar. Todos los días el mismo
trayecto. Los viajeros que cada mañana se sentaban a su lado parecían
encontrarse en lugares remotos. Miraban con sus ojos grises a la negrura
angustiosa del túnel, luego se bajaban. Próxima parada: Congosto. Final del
trayecto.
Aquel día subió en el primer
vagón. Las vías marcaban inevitablemente el camino del convoy; los raíles de la
infelicidad que dirigían su vida le forzaban de nuevo a realizar el mismo
itinerario que de costumbre. El
cuchitril de oficina al que acudía desde hacía años, las bolsas en los ojos de
su jefe, cada día más grandes, la nariz de bruja de su compañera, cada día más
afilada…
Una mujer ataviada con
abrigo de pelo de vicuña se sentó a su lado y sacó un periódico del bolso. Olía
a aceite rancio. Abrió por las páginas centrales y, en la esquina superior
izquierda de la hoja, una noticia llamó la atención de Valeria:
“…la joven de treinta años,
después del incendio de su vivienda en el que perdió a su pareja, ha conseguido,
gracias a sus nuevas manos biónicas, volver a tocar el piano.”
Próxima parada: Esperanza
Apenas fueron unas décimas
de segundo. En un impulso que movilizó su mente y luego su cuerpo Valeria se
bajó del vagón sin pensarlo.
Al final del pasillo los
rayos de sol atravesaban los cristales de la puerta de salida de la estación. Subió
los escalones de la salida de la boca de metro de dos en dos. Salió a la calle
y por su nariz penetró un intenso olor a tierra mojada. Había llegado la
primavera. Comenzó a caminar mirando al frente como si llevara algún rumbo. Sus
brazos se movían afinadamente al compás de las piernas, dejándose caer como si
fueran de plomo. Los puños cerrados comenzaron a desentumecerse y abrirse. Sorprendida
se dio cuenta de que casi toda la gente con la que se cruzaba dibujaba una
sonrisa en su cara y de que sus oídos captaban la gama de sonidos más
imperceptibles. Valeria no volvió al trabajo. Casi tres años y medio después,
por fin, había llegado la primavera.