Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



jueves, 30 de abril de 2015

Animales, seres humanos y otros especímenes

por Marta

Hoy me apetece hablaros de un hecho que llevo observando durante toda mi existencia y que hasta ahora no había verbalizado. Se trata de la diferencia entre los seres humanos y los animales. No me refiero a lo que comúnmente conocemos como animales…los perros, los gatos…No, me refiero al subtipo de seres humanos que yo considero y catalogo como “animales”. Y, como comprenderéis, no me refiero a los que por su violencia, sus malos modos o grosería, son llamados por sus semejantes como animales o bestias.

Mi diferenciación es algo mucho más sutil, un concepto quizás difícil de entender por alguien que no lo tenga en su cabeza como es mi caso. Los animales de los que estoy hablando no lo son por su ferocidad o sus cualidades más peyorativas, nada de eso, se han ganado este nombre precisamente por unas características innatas que el resto (entre los que me incluyo) hemos perdido (o mejor dicho nunca hemos tenido). Ellos conservan características propias del reino animal como podrían ser el instinto más primigenio, la capacidad de adaptación, la robustez anatómica y fisiológica que te permite explorar con precisión tu entorno, el sentido de supervivencia más inherente a la vida… todas aquellas cualidades que, lejos de ser negativas, los  hacen  de alguna manera un poco más salvajes, en el mejor sentido de la palabra, pero, quizás también, en contraprestación, más terrenales y falibles.

Antes de nada, quería puntualizar, que según mi visión del tema, dichos seres humanos-animales no son ni mucho menos casos aislados o algo poco representativo en la sociedad. ¡Nada de eso! Me atrevería a apuntar que el porcentaje que tenemos es de un 50%-50%… o incluso nos ganan por mayoría, quien sabe. Pero dejemos atrás tanta cháchara y tanta introducción y metámonos de lleno a examinar a dichos animales.

Mi toma de conciencia sobre este tema me ha surgido esta mañana en el trabajo; una compañera, ante la eternidad de las vacaciones escolares, se planteaba la posibilidad de mandar a sus hijos a un campamento de verano. Todos hemos opinado basándonos, lógicamente, en las experiencias personales. Y yo he revivido algunas de las sensaciones que uno tiene cuando es pequeño y le mandan sus padres a un campamento de verano. Los hay de diferentes tipos, urbanos, de idiomas, de scouts y como no, también esos que llaman convivencias, que para mí siempre han sido un misterio. El caso es que he rescatado aquella idea que desde pequeña observé (año tras año, quincena tras quincena) de que había dos tipos de niños en todos los campamentos. Estaban los niños, como yo, que por una razón o por otra teníamos una sensación agridulce. Es innegable que teníamos ratos de absoluta diversión, que hacíamos amigos, que no teníamos ningún problema de sociabilización…pero, sin embargo, como dice Sabina en la canción “todos los días tenían un minuto en que cierro los ojos y disfruto echándote de menos”. La añoranza de mis padres, de mi hogar y la sensación de desprotección siempre estaban de telón de fondo. Y haciendo honor a la verdad, en mi caso, ni era un minuto, ni disfrutaba echándolos de menos. “Mamitis aguda” me podrían haber diagnosticado.

No penséis por esto que mis recuerdos hacia los campamentos de verano son malos, nada de eso…de hecho, todo lo contrario, repetía cada año así que supongo que el balance final era positivo.
Esta sensación de debilidad o desprotección, la verdad, es que yo no la detectaba en otros compañeros. El resto, salvo contadas excepciones de niños que lo mostraban abiertamente, parecían completamente felices. Con el tiempo me he dado cuenta de que quizás éramos más de uno los que llevábamos esta particular procesión por dentro.

Pero claro, este hecho en sí mismo, no tendría mucha relevancia si no fuera porque un niño como yo, un ser humano en potencia, se comparaba con un ser mucho más preparado para la ocasión, un individuo que parecía haber nacido para estar allí: el “Animal de campamento”.

Estos niños, así denominados, por supuesto no sentían quebrarse su voz cuando tocaba “hora de teléfono”, no reparaban en la necesidad de tener que  mostrarse íntegro cuando tus padres te preguntaran qué tal. Los animales de campamento llegan el primer día de colonias (sinónimo que nunca utilicé)  pertrechados de un macuto que contiene ni más ni menos que el número justo de objetos y prendas que el niño va a utilizar. Ni más ni menos. Probablemente este niño es hijo de un padre que en su día fue animal de campamento y sabe perfectamente de lo que va la vida. Mis padres, sin embargo no lo sabían, todavía recuerdo con auténtico desasosiego el día en que al aterrizar, mi hermana y yo, a un campamento en un pueblo abandonado de Soria, abrimos la mochila y descubrimos con estupefacción que mi madre… no nos había echado calcetines!!! El horror se cierne sobre nosotras y se nos plantean quince largos días en los que tenemos que mendigar calcetines a las niñas de la habitación obteniendo día sí, día también, caras de rechazo y constantes negativas. Y es que prestar cuatro calcetines, así de golpe, no es moco de pavo. Aun recordamos, mi hermana y yo- ¡cómo olvidarlo!- que solamente una niña, Ana Camacho (nunca más volvimos a saber de ella) se apiadó de nosotras dejándonos un par que no nos pidió hasta el último día de campamento. Ana, tú, que claramente no eras un animal de campamento, si por un casual estuvieras leyendo esto, no dudes en contactar con nosotras, te debemos un favor. De los grandes.

El animal de campamento lleva toda su ropa correctamente etiquetada, lleva navaja suiza multifunción (ahora supongo que ya no les dejarán), brújula (a mí, sinceramente, saber dónde estaba el norte era lo que menos me preocupaba) y a un lado de su mochila cuelga una cantimplora que no gotea y, lo que es mejor, el agua que hay en su interior no sabe a anís del mono.  Os pareceré una loca pero alguien dijo a mi padre que había que enjuagar las cantimploras con anís durante la noche previa, supongo que por aquello de que no crecieran bichos, y estuve todo el campamento lingotazo va, lingotazo viene.
El niño profesional de los campamentos es un niño muy estable, me refiero con ello al sentido más biológico de la palabra. Estos pequeños animales tienen nervios de acero y una seguridad y aplomo para hacer las cosas de los que yo nunca gocé. Por ejemplo, el animal de campamento mantiene su regularidad intestinal durante los quince días. No se menea. Nunca se verían aquejados por un estreñimiento tal que te hace pensar que te van a sacar de allí con los pies por delante, ni mucho menos sufrirían una diarrea propia de beber agua en mal estado. ¡Ah! Y muy importante, la cara desencajada que se le queda a casi todo ser humano que se tiene que enfrentar por primera vez a una letrina en ellos seguramente sea la de la emoción del que hace algo por primera vez. 

Esta estabilidad corporal yo la apreciaba mucho en el tema de la comida. El animal de campamento está preparado para comer lo que le pongan delante de sus narices desde el minuto uno que llega al campamento. Soy consciente de que, cuando estoy nerviosa, de mayor sigo igual, el estómago se me cierra. Y qué decir entonces de esos primeros días de campamento en que te despiertas con el estómago del revés y ves que el niño de al lado agarra con confianza un tazón y se sirve de un perolo gigante que tiene cola-cao caliente. Y moja sus galletas (de esas tostadas cuadradas de baja calidad), bien mojadas, bien blanditas, y toma hasta la última gota de esa leche que, por supuesto, tenía nata.

Reconozco que en este último aspecto soy un poco exagerada, a la gente normalmente le gusta la leche caliente y mojar cosas dentro pero lo siento, a mí no. ¿Tan absolutamente devastador para la logística de un campamento era dar a una niña un vaso de leche FRÍA? Debía serlo porque siempre desayunaba las fabulosas galletas a palo seco o con agua.

El niño que ha nacido para ser boy scout tiene una capacidad digna de mención relacionada con el tema del sueño. Estos niños son capaces de pasar del cómodo colchón de su hogar al saco y la esterilla sin despeinarse. Sin que eso les cause un trauma. Y la clara prueba de que está adaptado a las circunstancias es que en este ambiente hostil, a pesar de todo lo pequeño y lo niño que es, el animal de campamento ronca!!!

En cuanto a las actividades del campamento propiamente dichas , ¿qué deciros? Yo me enfrentaba con cierta reticencias a tirolinas, rocódromos o piraguas. A mi lado tenía niños que cantaban las canciones de los fuegos nocturnos a voz en grito, que no sentían la más profunda de las penas al cantar “Mi amigo José…” (sí, ese que iba a la guerra y mataba por error a su amigo del alma); niños y niñas que, por supuesto, como no podía ser de otra manera, olfateaban, seguían el rastro y hacia la mitad del campamento…incluso ligaban!!

Y, antes o después, el campamento iba llegando a su fin… y esta vez me viene una frase de Pedro Guerra que dice “y la resta de los días fue sumando vida contra la ansiedad”… La verdad que ahora que ya estaba más o menos adaptada, ahora que las galletas cuadradas con agua no me sabían tan mal, ahora tocaba despedirse de toda esa gran familia humana y animal que, mejor o peor, había sido mi familia postiza durante quince días. La calidad de drama que se vive en esos momentos es digna de mención, las lágrimas unidas a promesas que se hacen en esas últimas horas estoy segura que suceden irremediablemente en cualquier lugar del mundo. “Nos escribiremos”, “nos llamaremos”, “tenemos que hacer una vez al año una quedada en Madrid y vernos todos”, “No, mejor dos veces al año”. Con el tiempo vas entendiendo la media sonrisa con la que te reciben tus padres la tarde de regreso. Una tarde rara, por cierto. Después de haber vivido cada día del campamento como si fuera domingo por la tarde (si alguien no entiende lo que quiero decir con esto, probablemente tampoco entienda este Piensamiento) de repente llegas a tu casa y esa tarde nada te gusta, nada te cuadra… echas de menos esa rutina salvaje a la que te habías acostumbrado. Y es que, que queréis que os diga, han pasado sólo quince días, pero tú te has hecho mayor.

PD1. Llegados a este punto podéis sentiros engañados con este texto. Os dije al principio que iba a hablar de los animales y finalmente sólo he hablado de los “animales de campamento”. Ahora os daré la clave. Los animales de campamento son niños que durante el invierno hacen vida normal ¿acaso no habéis detectado nunca a los “animales de cumpleaños”? Esos niños que siempre son los primeros en romper la piñata y coger todos los caramelos del suelo…ahí los tenéis.
Un compañero me ha dicho esta mañana que incluso en la mili también estaban estos especímenes…esto se ha refinado un poco ahora que no es obligatoria; supongo que ahora solo van los “animales de mili”.
 Y… no me quiero poner cansina pero, ¿qué me decís del viejo que seguramente sea “animal de residencia”??
Dejando la imaginación volar me doy cuenta de que en todas las etapas por las que he ido  pasando me he ido topando con animales de todo tipo. Animales-buena gente, por supuesto, que han tenido la suerte de nacer con ese gran poder de adaptación y de comunicación con la madre naturaleza. Que los hace fuertes e indudablemente el futuro de nuestra especie (ellos saben a dónde van, llevan  brújula).
Y también, con mayor dificultad para detectarlos, me voy encontrando con seres humanos que, como yo, a veces se camuflan, pero antes o después salen a la luz ofreciéndome un guiño de complicidad (o unos calcetines). Ahora, eso sí, nosotros, ni puta idea a donde vamos ni de dónde venimos, bastante tenemos con estar aquí.

PD2. Si fuera una escritora medianamente decente corregiría la enorme cantidad de veces que he repetido las palabras “animal” y “campamento” durante todo el texto; pero que queréis, ya os he dicho que no me gusta la palabra “colonias”. Mis más sinceras disculpas.