Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



martes, 11 de agosto de 2015

Lo que el fuego se llevó

Por Marta


Cuando se desató el incendio en Carencia del Valle, pueblo de cincuenta y tres habitantes censados, todo el mundo dormía. Esa noche “todo el mundo” eran ciento cuarenta y nueve almas porque en verano y con motivo de las fiestas patronales a San Roque el pueblo triplicaba su población.

Emiliana y Martín dormían abrazados cuando las llamas subieron al segundo piso en el que estaba su dormitorio. Emiliana dormía todo el año con calcetines. Martín, sin embargo, que era un hombre fuerte y vigoroso nunca pasaba frío. Ni en los inviernos más duros. A veces agarrado a Emiliana en las noches de verano como aquella, sudaba como un pollo, pero incluso dormido necesitaba permanecer asido a esa mujer menuda y vivaz que había sido el pilar de su vida. El fuego calcinó sus cuerpos dejando la instantánea de un hombre gigantesco que, como un oso, abrazaba a su presa.

En la casa de Asunción y Paco, como si se tratara de una familia humilde, se escatimaba hasta en lo más básico. Lo cierto es que no lo era en absoluto. Asunción había heredado muchas tierras que Paco cultivaba sin descanso y en el banco tenían más dinero que la suma de unas cuantas familias del pueblo. La noche del incendio, como todos los años el día antes de la fiesta, Asun había dejado preparada en la silla la ropa que tenía que ponerse Paco para la misa. A los pies los zapatos de los domingos. Sin lustre pero con las tapas renovadas hacía dos años. Ella había dejado preparadas en la mesilla las dos únicas alhajas que tenía, una pulsera y un anillo que llevó su madre en su día. Ardieron con la misma rapidez que los fajos de billetes que guardaban bajo la segunda baldosa de la derecha a la entrada de la salita de estar.

Marcelina vería su deseo cumplido la noche del incendio. Tenía noventa y tres años y llevaba los últimos meses rogando “diosmíollevamepronto”. Desde que se cayó, rompiéndose la cadera, llevaba una existencia penosa. De la cama al sofá y de éste a la cama. Había dejado de jugar a la brisca con las vecinas, había dejado de salir las noches de verano a la puerta de casa “al fresco”, había dejado de comer con ilusión el tronco de la lechuga y el currusco de la barra de pan. Se estaba dejando morir, decía su hija a los vecinos. Aún así, cuando vió las llamas entrar por la ventana en su habitación lo último que sintió fue que aún no estaba preparada.

Prudencio había hecho honor a su nombre toda su vida. Pero la noche del incendio se acostó con la convicción de que mañana todo cambiaría. Se había visto viejo frente al espejo aunque tenía solo cuarenta y dos años. Desde que Mariana había llegado a Carencia todo era diferente. Si veía el brillo de sus ojos al reír, le apetecía besarlos y al instante sentía una presión en el pecho. Si su larga melena rojiza le rozaba al servirle el plato ansiaba acariciarla. Si entraba en el bar y ella no estaba detrás de la barra sentía otra vez la misma presión en el pecho. Mañana era el día de la fiesta grande. La sacaría a bailar.


El fuego fue intencionado. Eso pondría en el informe policial posteriormente, pero la auténtica realidad es que Adolfito “El charca”, el autor de la tragedia, nunca había poseído el suficiente conocimiento como para realizar algo con intención o sin ella. Prueba de ello es que después de prender la llama que arrasaría al pueblo se metió en la cama como uno más. La muerte de Adolfito “El charca” no sería menos trágica que el resto de su vida ya que con tan sólo tres días su madre lo quiso ahogar en una charca y la Guardia Civil salvó su vida milagrosamente. Pero la verdad es que la benemérita salvó únicamente su vida física ya que la mental sufrió graves secuelas y quedó para siempre sepultada en el fondo de la charca.