Por Marta
La conocí una noche en el Flannagan Jazz Bar.
En el cruce de la cuarenta y tres con la segunda era uno de esos locales que
tantas veces había visto en las cintas de cine negro. Apenas una flecha y un
pequeño letrero en la fachada indicaban la entrada por unas escaleras que descendían.
No parecía un lugar muy concurrido. Gente que necesita tomar una copa, tipos
solitarios, gente que anhela meterse bajo la tierra para rehuir del ajetreo de
la ciudad…todos los tópicos que podáis imaginar sobre la clientela asidua a un
local de jazz en pleno Manhattan se reunían aquella noche cerrada.
Yo allí era también un ejemplo común, un escritor
en busca de inspiración; un publicista más que sueña con dejar su trabajo para
malvivir escribiendo novelas. Mi primera historia llevaba en mi cabeza muchos
años y desde hacía seis meses había tomado forma en el papel. Era una novela
corta, muy impactante, debía dejar al lector noqueado desde el comienzo.Los agentes Pierre y Lilian se veían inmersos
en una trama policíaca donde no faltaban los asesinatos, las extorsiones y las
mentiras. Sin embargo no era la típica novela negra, pretendía también poner en
jaque moral al lector ¿qué tiene de bueno hacer el bien? ¿debe el ser humano
evitar la maldad siempre ? Dudas existenciales que me asaltaban y a las cuales
no sabía dar respuesta. La historia había ido rodando sola y entre la pareja
protagonista se había creado un vínculo emocional que en esos momentos ni yo
mismo era capaz de descifrar.Los sentimientos de los seres humanos de ficción
también son a menudo un laberinto. No tenía respuestas para mis dudas morales
ni para las de mis personajes.Estaba atravesando un momento delicado, me
estaba precipitando hacia el final de la novela y por primera vez no tenía ni
idea de por dónde seguir. Me había bloqueado. La atmosfera que yo mismo había
creado en esta historia me estaba desbordando y obsesionando, necesitaba poner
punto y final a todo lo escrito.
Entré en el bar y abriéndome paso entre el
humo elegí una mesa pequeña; me gustaba escribir con la compañía de la gente
anónima, con la música suave de fondo. El local parecía un oasis en el tiempo y
en el espacio, observé la pulcritud en la colocación de las botellas tras la
barra, el brillo del barniz de la madera de la barra y de los estantes. En el
Flannagan se podía escuchar el sonido de los hielos al caer en los vasos, el
eco sordo de las botellas al descorcharse. El camarero con su impecable
chaquetilla blanca abotonada hasta el cuello terminaba de secar los vasos con
un paño. Pedí un whisky doble, ¿qué otra cosa podía pedir?
Cuando ya me había acomodado en mi mesa un
pianista tomó asiento frente al piano del pequeño escenario. Por lo visto todas
las noches había actuaciones y esta noche el cartel de la puerta anunciaba “a
la vocalista Marlenne Roose”. No había
focos de luz así que apenas se intuía la figura del pianista que había
comenzado con unas suaves melodías que hacían las veces de hilo musical. Saqué
mi libreta y releí las últimas líneas escritas esa misma tarde. Pierre…Lillian…Lillian…
Pierre.
Un foco en el centro del escenario se
encendió y una nube de humo espeso se hizo visible. El micrófono chirrió unos
instantes y de la negrura del fondo apareció Marlenne al mismo tiempo que el
pianista pulsaba las primeras notas. Con una tímida voz dio las buenas noches y
comenzó a mover su cadera con un ritmo casi imperceptible. Juro que no tengo un
carácter fácilmente impresionable pero aquella mujer que quedó iluminada en
mitad de la oscuridad era un auténtico placer para los sentidos. La luz cálida
hacía brillar su pelo rubio recogido en lo alto, su piel
ligeramente bronceada contrastaba con un vestido negro que se ajustaba lo
necesario a sus caderas. Comenzó a cantar con una voz suave que envolvió la
sala. La canción era una delicia que yo conocía muy bien, “Why don’t you do right “. Aquella versión superaba con creces la ya
buenísima interpretación de Peggy Lee. Marlenne permanecía agarrada al
micrófono y miraba al suelo mientras cantaba, como si dudara de sus propias
posibilidades. La gente de alrededor bebía o charlaba, nadie parecía estar
presenciando la maravilla que yo veía.
Intenté concentrarme en la escritura pero me resultó imposible. De
repente, Marlenne levantó la vista y miró al frente. Yo debía ser la única
persona que la miraba así que clavó sus ojos en mí.“…You're sittin' down wonderin'
what it's all about …”. Solté el
bolígrafo y me concentré en sus labios rojos. Pierre…Lillian. “Now all you've got to offer me is a drink of
gin”. Marlenne se giró y el foco iluminó su espalda descubierta, sus
tacones negros brillaban. Cuando se dio la vuelta localizó de nuevo mi mirada.
Sus ojos sonreían al igual que su boca mientras cantaba y yo no podía despegar
mis ojos de los suyos. El piano acompañaba sus palabras en una sintonía
perfecta.
“Why don't you do right? Why don't you do right?”
La canción
terminó y sólo se escucharon unos cuantos aplausos. Yo me había quedado paralizado. La libreta y el bolígrafo en la
mesa y en mi mano la copa de whisky. Mi mente volvió a Pierre y a Lillian en
ese instante, ¿qué iba a ser de ellos?
Marlenne se
acercó al pianista y le dijo unas palabras que ninguno de los presentes pudimos
escuchar. Acto seguido el músico comenzó a interpretar de nuevo una melodía en
solitario. Marlenne desapareció del foco de luz y tuve que guiñar mis ojos para
buscarla en la oscuridad del escenario. Se disponía a bajar los tres escalones
que separaban el escenario de la sala. De repente, para mi sorpresa, se acercó hacia
donde yo estaba. Tragué saliva. Marlenne separó la silla que tenía enfrente y
se sentó. Ninguno de los dos dijimos nada. Me miraba a los ojos como hacía unos
instantes pero esta vez sus labios permanecían cerrados. Me fijé en el brillo
de sus pendientes. Cogió mi copa de whisky y dio un trago. Yo notaba el calor
en mis manos y en mis mejillas. Después cogió mi cajetilla de cigarros, tomó
uno y lo encendió. El humo de su cigarro se mezcló con el del resto del bar.
Miró hacia un lado mientras daba una calada al cigarrillo y al mismo tiempo
puso su mano encima de la mía en la mesa. Me fijé en sus perfectas uñas rojas a
juego con sus labios. En un movimiento suave y rápido extrajo mi alianza del
dedo y la colocó en el suyo.
Sus pupilas dilatadas en mitad de la oscuridad
volvieron a clavarse en las mías.
Y entonces me
dijo, “ya tengo el final de tu novela”.
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Aquí os dejamos un vídeo para escuchar como banda sonora del relato. Como podéis imaginar no hemos conseguido encontrar el video interpretado por Marlenne Roose así que hemos escogido esta maravillosa interpretación de la canción por Karen Souza.