Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



viernes, 9 de octubre de 2015

Música para escritores

Por María

Para Ana Portela, por compartir lo que ella y yo sabemos.

Confieso que no sé qué interés podría tener para vosotros leer la historia de Mario, puesto que Mario no existe. Mario es alguien totalmente inventado por mí. Le di un apellido italiano por parte de padre, Bellotti, simplemente porque me gustaba su sonoridad. Me repetía una y otra vez su nombre, Mario Bellotti, así alargando mucho la “o” de Bellotti, Mario Beloooti, Mario Beloooti.

Dado que siempre admiré esas familias de muchos hermanos donde al final los mayores hacen un poco de padres de los pequeños, le di a Mario cinco hermanos, que bien podían haber sido, por el mismo coste, seis o siete. Así, de repente, se me ha ocurrido que cuando Dostoyevski escribió “Los hermanos Karamazov” quizá pudo haber pensado en algún momento que en vez de tres fueran cuatro hermanos. Sin embargo ni el cuarto Karamazov ni el sexto hermano de Mario Bellotti existieron finalmente, aunque en el fondo tampoco existieron los tres Karamazov de Dostoyevski ni los cinco hermanos de Mario Bellotti. Tampoco Mario Bellotti. Todo fruto de la invención.

Pero por diversos motivos que a veces no consigo comprender, los humanos hemos querido que algunas vidas inexistentes nos interesen tanto como para pasar horas y horas con ellas. Unas vidas sin vida que, como en el caso de los hermanos Karamazov, tienen más vocación de permanencia y universalidad que las propias vidas reales.

Volviendo a Mario Bellotti lo cierto es que si se me hubiera ocurrido a tiempo le habría dado un hermano  gemelo, siempre he sentido fascinación por ese par de almas que comparten idéntica información genética. Habría creado un gemelo de Mario tan clónico a él que su madre al nacer sólo habría podido distinguirles por el ombligo, la única señal que no dependía de la genética sino del resultado del corte del cordón umbilical. Sin embargo ya era tarde para ello, la historia ya estaba escrita. Una historia que situé por pura casualidad en Canadá, de lo cual me arrepentí en cierto modo porque yo no sabía absolutamente nada de Canadá. Hubiera sido mucho más fácil quedarme en Madrid, o en el caso de haber querido arriesgar un poco más al menos haber elegido una ciudad en la que hubiera estado alguna vez. Ya lo decía el profesor del taller “Cómo escribir una novela que enganche”, que lo más sencillo era escribir sobre lo que conociéramos. Y ahí estaba yo, complicándome la vida y eligiendo Canadá como enclave de mi historia, lo cual me supuso un trabajo extra de previa documentación. Leí sobre su clima, sus costumbres, sobre sus ciudades y su extraordinaria naturaleza. La verdad es que sentía que era ridículo estar leyendo sobre algo de lo que no tenía la más remota idea para luego contarlo como si fuera una eminencia en el asunto. Tenía la misma sensación que si estuviera copiando en un examen. Todos los escritores tenemos algo de tramposos.

Y es que de vez en cuando me asaltaba la duda ¿y si hubiera leído algo equívoco al documentarme y como consecuencia de ello dicho error se hubiera plasmado en mi novela? El disparate podría acecharme detrás de las Rocosas, en la carretera de Québec a Montreal o tras la lluvia de Vancouver.

“Verosimilitud” había dicho aquel profesor. “Lo importante no es que las cosas sean  verdaderas, lo importante es que dentro de su contexto sean verosímiles”. Así que en el fondo no importaba que hubiera confusiones si las mismas no entorpecían la verosimilitud de lo descrito, ¿no?

Yo había tejido de la nada la saga de varias generaciones de pianistas de origen italiano en Canadá, una historia de renuncias, de superación, una historia de amor por la vida, por la música, por la música de la vida y ¿por qué lo había hecho? ¿qué pretendía con ello?

Me cuesta entender por qué escribo, ¿qué busco? Pero, sobre todo, ¿qué buscan los demás leyendo algo que saben que no existe de principio a fin?

Durante un tiempo sólo pude leer ensayos y libros de historia. Sólo veía documentales. Si osaba ir al cine sólo imaginaba los técnicos que rodearían cada escena, los cortes, el montaje, al guionista escribiendo en su casa, al director mandando repetir el diálogo. Me parecía imposible haber disfrutado antes de alguna película y admiraba la capacidad del resto de espectadores para emocionarse con lo que estuvieran viendo.
Hubo gente que compartió mi angustia.  

Y de repente recordé la escena en la que Mario Bellotti tocaba el concierto para piano nº 2 de Rajmáninov. Me había molestado en describir sus poderosos brazos, sus manos de dedos largos y ágiles, el vello en sus falanges. Todo era inventado. Salvo la música.

La música que lo llenaba todo.

La música que brotaba de sus manos. De las manos de Mario, que eran las manos de cualquier pianista del mundo. De todos los pianistas del mundo.  

La música puso fin a mi desasosiego y me hizo comprenderlo todo.

Porque daba igual que nada fuera real. Yo lo sentía.