Píldora 3- Canda(dos)
por Marta
Me
he quedado mirándolo fijamente. En el subterráneo de Avenida de América, justo
en el andén de la línea 6, en el respaldo del segundo banco según bajas por las
escaleras hay un candado. Cerrado y enganchado a ese banco metálico para toda
la eternidad. Podéis ir y comprobarlo. No es que se trate de algo demasiado
extravagante ni digno de la atención de todos los presentes pero esta tarde me
he sentado en ese banco y ha llamado mi atención. Probablemente la primera
razón ha sido que se me ha clavado en la espalda; después, cuando me he
retirado, no he podido evitar tocarlo, comprobar que estaba cerrado, observar si
tenía algún tipo de inscripción. Un candado. Sin más. Nada que lo diferenciara
del resto de candados que hay por el mundo. Bueno quizás sí, su función, porque
en este caso, a simple vista, su función es básicamente ninguna. O no. Me ha
dado por pensar en diferentes (y algunas muy absurdas) formas en las que ese
candado había podido terminar ahí. La primera,
como no, la opción romántica. Dos chavales con poco presupuesto como
para viajar hasta París y poner su candado en el puente del Sena deciden que su
amor mirará para siempre al horizonte de este magnífico y angosto túnel de la
línea circular del metro de Madrid. Maravilloso. ¿Pero por qué no han puesto
sus nombres? No les ha dado tiempo porque justo ha venido su tren… ¿Y no les
habrá resultado paradójico simbolizar su amor con un objeto cuya función es
quitar la libertad? No, tienen dieciséis años y no están para pensar esas tonterías. Bien, pues si son unos niñatos
inmaduros abandono esta opción y me inclino por la segunda posibilidad.
Empleado de ferretería. Su jefe es lo más parecido al Sr. Scrooge que habita
ahora mismo en todo Madrid. Egoísta, de trato despótico con su único empleado, mezquino…todo
lo que no sea ganar dinero le parece inútil y despreciable. Nuestro empleado se
ha despedido hoy en la ferretería. Él es una persona buena, de gran corazón. No
aguantaba ni un día más trabajando allí. A modo de pequeña venganza ha decidido
robar cinco o seis candados del almacén. Esta venganza minúscula para cualquier
persona normal hará enloquecer a nuestro miserable Sr. Scrooge. El primer candado lo pone
discretamente en este banco y tira la llave a la vía. Nunca nadie, jamás,
volverá a humillarle. Una historia triste, sin duda. Me decanto entonces por la
tercera opción. Claramente. La tercera alternativa va dedicada a ti. No me
refiero a cualquiera de los lectores que estáis leyendo estas líneas ahora
mismo sino a la persona que, además de leerlas, las ha hecho posible. Tú, que
vas de sitio en sitio prendiendo candados en lugares imposibles, tú, buscador
de historias que pones esos candados para que algunos pececillos, como yo,
caigamos en tus redes. Tú que necesitas la literatura igual que respirar y que
todas las noches buceas en los blogs de este país para ver si hay una nueva
historia que hable de ese candado que tus manos han colocado hábilmente esta
mañana. A ti, que ahora saboreas el éxito una vez más y que sabes que, con cada
nuevo amanecer, volverás a empezar porque el mundo te necesita.