por María
−No es que mi vida sea más interesante que la tuya, simplemente es que
he vivido más que tú. Eso fue lo que me dijiste y después bebiste un trago
largo del vaso de cerveza. Ya estaba casi anocheciendo, aunque la luz mortecina
del bar donde nos encontrábamos hacía tiempo que nos había rodeado de
nocturnidad.
En ningún momento creí tus
palabras, aunque me hubiera gustado. ¿Realmente pensabas que la edad influía
algo? Sí, está bien, los años, la experiencia, todo eso. Pero no. ¿Acaso podría
yo, dentro de veinte años, entretener a alguien con los entresijos de mi vida
anodina?
Entiéndeme, yo era feliz, o al
menos lo bastante feliz como para no quejarme por ello, aunque en cierto modo
echaba en falta algo. Ese algo que a ti te sobraba y al que tú no dabas la más
mínima importancia. Es más, ni siquiera te hacía feliz.
¿Qué nos llevábamos? ¿Quince?
¿Veinte años? Nunca lo supe. Pero tú a
mi edad ya habías vivido más de lo que yo lo haría nunca. Yo pasaba despacio
por la vida, sin hacer ruido, limitándome a seguir el camino fácil de la rutina
cómoda. De esa rutina que puedes amar y odiar a partes iguales.
Salimos del bar y me ofreciste un
cigarrillo. Lo acepté. Yo era una fumadora social que lo llaman. ¿Una fumadora
social? Si, aquellos que fuman poco y ocasionalmente, en fiestas, reuniones.
Hasta para eso era poco original. ¿Sería mi vida más interesante si fumara a
diario? No, lo que debería hacer sería fumarme un buen porro. Pensaba esta
clase de cosas mientras torcíamos por Tirso de Molina.
Al rato te paraste en aquel bloque
antiguo de pisos donde habías vivido de alquiler hacía ya muchos años. ¿Cómo
podías haber vivido en tantos sitios? Cuando alguien como tú piensa en el
referente “mi casa”, ¿dónde lo sitúa? ¿En su casa actual, en la que habitó por
más tiempo, en la que fue más dichoso…? Yo había vivido en cuatro casas
diferentes a lo largo de mis treinta años, contando las de mi infancia ¿y tú?
¿Habrías perdido la cuenta? Si no la habías perdido tendrías que hacer un buen
ejercicio de memoria para acordarte en orden cronológico de todas y cada una de
ellas.
Supongo que eran tus largos viajes
lo que más me impresionó de ti, o quizá más que eso, haber vivido en diferentes
países. O tal vez fuera lo exóticos que eran algunos de esos países.
−Viajar es algo más que coger un avión, algo más que pasar unos días en
una ciudad y hacer fotos a sus monumentos. Viajar es una experiencia más
interior. Uno puede viajar realmente sin haber salido de las cuatro paredes de
su casa. Decías este tipo de cosas, esas frases tan certeras que yo
recordaría años después sin esfuerzo al pensar en ti. La verdad es que para mí
siempre fuiste alguien especial, diferente. Intentabas ponerte el traje de persona
normal, pero no te quedaba bien. El tuyo era el de personaje de novela. O de
película. Siempre lo supe.
Nos despedimos en la boca del
metro. Ambas madrugábamos al día siguiente. Ahora tu trabajo era el mismo que
el mío, un trabajo vulgar que a ninguna nos gustaba. Ya no te codeabas con
famosos, ya no viajabas en business. Eso
te quitaba algo de glamour, ciertamente. Aunque llegarían las vacaciones de
verano y yo me iría a Torremolinos mientras que tú te irías a Uzbekistán y al
volver me hablarías de la ruta de la seda y me regalarías esa cajita
nacarada. Creo que era un joyero, pero
no sé si te llegué a decir que la usé para guardar condones.
También me contarías el romance con
el holandés aquel, o quizá fuera belga o alemán. Lo cierto es que esas
aventuras con hombres extranjeros también ayudaban a mitificar la imagen que yo
tenía de ti. Jamás presumiste por ello. Yo en cambio sólo había probado el
producto patrio. De hecho sólo me había acostado con Pedro, mi marido.
Después fue cuando te hiciste
famosa y te empezaron a rodear un montón de buitres. A veces pienso si no habré
sido yo uno de ellos, el peor de los buitres carroñeros. Sin embargo a ti la
fama no te cambió un ápice. Seguías igual, igual de diferente, de especial, de
humilde.
Y luego te fuiste. Te fuiste para
todos.
Y ahora pienso en esos años y me resultan tan lejanos, tan
ajenos a mí. ¿Qué sería de mi vida si no te hubiera conocido? Supongo que seguiría
siendo invisible en aquella empresa, trabajando para que llegaran las
vacaciones, follando una vez por semana. Habría tenido algún hijo con Pedro.
Pero entonces tuve la idea.
Aproveché tus contactos y los conocimientos adquiridos en aquellos cursos a
distancia sobre escritura de guiones. Tú ya no estabas, así que pensé ¿qué más da? Vendí tu vida, nuestra amistad,
tus secretos más íntimos.
Tras la película sobre tu biografía
me llovieron las ofertas y hoy en día soy una de las guionistas más cotizadas
de Hollywood. Escribo las películas con las que hace años sólo podía soñar. Me
alojo en los mejores hoteles del mundo, viajo a los destinos más paradisíacos.
Anoche me acosté con una mujer. Me gustó.
¿Qué por qué te cuento esto ahora
que no estás? Supongo que te escribo para expiar mis culpas. Aunque no puede
haber peor castigo que el de la voz de mi conciencia, aquella que me repite que
haga lo que haga y esté donde esté siempre tendré una existencia prosaica. O simplemente
te escribo porque te echo de menos.
Tu vida no te hizo feliz y a mí,
cuando me puse a hablar de ella me quitó la felicidad que ahora sé seguro que
tenía. La que me proporcionaba esa cómoda rutina. Es curioso, ¿no crees?