por Marta
USA. Detroit. Lincoln Street. Pasillo de su
casa. 23 de septiembre. 15:37 pm
Mrs. Scott en cuclillas besa la cabeza del
pequeño Andy que le da la espalda. Andy se suelta y coge impulso cuando separa
sus manitas de las de su madre. Al otro lado del pasillo Mr. Scott espera,
también agachado, con sonrisa amplia y brazos extendidos la llegada de su
niño despúes de dar sus primeros pasos. Hacia la mitad del pasillo, cuando
parecía que el intento iba a ser un éxito, se percibe un movimiento brusco en
toda la casa y el pequeño Andy cae de rodillas al suelo, iniciándose así un
llanto desconsolado.
Argentina. Rosario. Bulevar Avellaneda. Pasillo
de la Residencia la Luz. 23 de septiembre. 17:37 pm.
Andrés, residente de noventa y dos años,
operado de cadera accede a dar sus primeros pasos con andador tal y como le
recomienda Amanda, su rehabilitadora. Se calza las pantuflas de cuadros bien
sujetas por detrás de los talones, no como acostumbra, y se levanta. Se sujeta
al andador y empieza a caminar. Tras varios pasos lentos y seguros se dispone a
recorrer el largo pasillo. De repente, un movimiento de sacudida se percibe en
la residencia y Andrés, con inercia, recorre todo el pasillo en unos segundos ante
la mirada horrorizada de Amanda.
Grecia. Santorini. Budha Bar. 23 de
septiembre. 23:00pm
Las cosas no están saliendo tal y como Daniel
las ha planeado. Se daban todos los ingredientes para que la pedida de mano
fuera un éxito: atardecer en las islas griegas, mesa reservada en chill out,
cena con champán…Sin embargo al poco de llegar un movimiento violento y
repentino ha tirado toda la vajilla de las mesas y a María se le ha manchado el
vestido con el champán. Pero eso no es lo peor, el sol ya tenía que haberse
metido hace rato, según Google, y en consecuencia él tenía que haber sacado ya
el anillo. Sin embargo, a pesar de que pasan los minutos y la gente se
impacienta, el sol sigue burlón en el
horizonte sin moverse.
España. Ciudad Real. San Carlos del Valle. 28
de septiembre. 13:10 pm.
Hace cinco días que no anochece. El sol se ha
detenido en el cielo de San Carlos y ningún vecino se lo explica. Los
noticiarios dan informaciones inexactas, las comparecencias de los miembros del
gobierno no aclaran nada. Se oyen pasar a lo lejos sirenas de ambulancias o
coches de bomberos que no tienen muy claro a dónde van. Clemente desde el banco
de piedra de la puerta de casa mira el horizonte con la barbilla apoyada en el
cayado, como lo ha hecho siempre, mirando la tierra recién arada. Piensa que en
algunos sitios de la Tierra llevarán cinco días de noche continua. Su mujer Maripaz se acerca al banco de piedra.
Huele, toda ella, a sofrito de cebolla. Tiene puesto el babi de cuadros que le
tapa hasta las rodillas, como siempre. Por debajo asoman sus piernas, recias y
sin un solo pelo, por naturaleza, cubiertas con medias color visón. Se sienta a
su lado y pone su mano en la rodilla de Clemente. Pasan más de cinco minutos en
esta posición. Después Clemente le agarra la mano con fuerza y Maripaz rompe el silencio: ¿A qué estás
esperando?
Clemente se levanta con dificultad apoyando
las dos manos en el cayado. Con la artrosis los primeros pasos son los que más
le cuestan, una vez se calientan las articulaciones anda con más facilidad.
Recorre los diez o quince metros que hay hasta su casa y entra. Escucha el sonido
de la televisión de la cocina de fondo. Asesinatos, corrupción, guerras, más de
lo mismo. Y ahora lo de la Tierra detenida que parece haber acentuado todo.
Atraviesa el salón y sale por la puerta de detrás hacia el corral. Deja a la
derecha el trozo de tierra de huerta y sigue de frente hacia el habitáculo de
las gallinas. Lo construyó el mismo hace años, le pareció la mejor manera.
Entra y con la puerta abierta espanta a todas las gallinas con un par de palmadas. Se levanta un pequeño
vendaval de polvo y plumas. Se dirige hacia el fondo y ayudándose del cayado se
pone de rodillas con mucha dificultad, éstas le crujen y le duelen. Con sus
manos robustas retira toda la paja del suelo y deja ver un pequeño cuadrado
similar a una baldosa que tiene una cerradura. Introduce la llave que saca de
su bolsillo y la puertecita se abre como con un resorte. Dentro un cajetín de
aluminio con una pequeña pantalla y un teclado se activan. Clemente mete una
combinación secreta de diez números y automáticamente la tapa del cajetín se
desliza dejando a la vista tres botones. El botón de la izquierda es de color
blanco y pone la palabra ON; el botón central tiene la palabra OFF y es el que
aparece pulsado en esos momentos. A la derecha del todo un botón rojo se deja
ver por debajo de una tapa transparente de seguridad que impide que pueda ser
pulsado sin intención. Clemente levanta la tapa, cierra los ojos, aprieta la
mandíbula y pulsa el botón rojo con decisión.