Efectos colaterales de la frustración que puede provocar tener que conformarse con una sola vida:
- Emborracharse, drogarse y vivir la vida al límite.
- Hacer puenting, rafting,bungee jumping o cualquier otra cosa que termine en -ing.
- Dar la vuelta al mundo (esto sólo para ricos)
- Creer en la reencarnación.
- Crear un blog que permita ser protagonistas de muchas otras vidas.
Cabezas de Ajo optó hace años por esta última opción. Lo cual no tiene por qué excluir alguna de las anteriores.



lunes, 20 de octubre de 2025

Karma

 

Por Marta


Somos la hostia los ácaros. Pero la hostia de verdad. No podría hablaros de cifras porque son abrumadoras y tampoco hemos venido aquí para eso. Pero para que os hagáis una idea: casi cincuenta mil especies descritas, uno de los grupos más antiguos de animales terrestres, también hemos colonizado el medio marino y dulceacuícola. ¡Échale guindas al pavo!

Y luego estamos los que tenemos la super capacidad, como digo yo. Esa que los humanos no tienen porque ellos qué saben… si son unos mediocres que encima se creen los más listos. Y hablo de buena tinta porque yo antes era uno de ellos, que me creía el rey del mambo. Hablo de la super capacidad de recordar quienes fuimos en una vida pasada. Sí, quiénes fuimos antes de reencarnarnos en lo que somos ahora, en mi caso de humano a ácaro. Y me acuerdo de todo con pelos y señales. No creas que nos pasa a todos, que algunos les preguntas y nada: “yo, ácaro, ácaro de toda la vida”. Pues nada chico, ahí te quedas, yo me piro con los que tengan algo más interesante que contar.

Tampoco pienses que es fácil encontrar ácaros de la hostia como yo, porque de los que recuerdan algo de la vida anterior luego están los que fueron antes medusa, o babosa, o los que fueron alga… ¿alga? Vamos, no me jodas. Yo por lo menos tengo mis batallitas, mis historias que contar… anda que no las liaba yo con el Chini y el Rulas. De todos los colores. La verdad que ahora de ácaro se está de la leche, viviendo con lo justo, pero no creas que me las apaño mal, que hace poquito he tenido mi primera puesta y… unos veinte o treinta huevos que han salido. Y luego, el resto del tiempo, a comer y tranquilo en el sofá. Como en los viejos tiempos en nuestro pisito de solteros, “los Tres Mosqueteros”, nos hacíamos llamar. Me alimento de escamas de piel humana y en la mantita del salón me pongo morado. Antes era todo el día a birras y a pizzas, pues ahora parecido. Me falta coger el puntito, un pelín de alegría, eso sí… aquí todos los ácaros van bastante a su bola y ninguno se enrolla como hacíamos antes los tres cuando nos liábamos nuestros porritos de tranquis en el sofá. Ahora es, básicamente, pillar la escama de piel y a darle. Con los quelíceros y pedipalpos. Me ha costado aprenderme los nombrecitos, no creas. Pero ¡menudas herramientas! la mía es quelado-dentada y corta que no veas. No como aquel cortapizzas que compró el Rulas. Menudo cutre el tío, siempre tan miserable con el dinero. Siempre dejándonos a deber al Chini y a mí. Menos mal que éramos como hermanos porque había que estar siempre detrás de él. Págame la compra, páganos el recibo de la luz, nos debes tu parte del alquiler. Hasta las narices me tenía. Así que claro, él tampoco se podía quejar mucho, porque su parte de la apuesta de aquel Euromillón nunca me la pagó. Todas las semanas teníamos que estar persiguiéndole. Que sí, que es verdad que cada semana lo echábamos uno y había veces que se nos pasaba poner a cada uno sus céntimos…pero joder, cuando no toca lo dejas pasar, pero cuando te toca esa cantidad…ahí te tienes que poner estricto porque ya son cosas serias. Y él ese viernes no había dejado su parte en el mueble de la entrada y se lo puse yo de mi bolsillo. Las cosas como son.

Lo del Chini es otra cosa, él siempre pagaba todo al día. Pero la realidad es que a él nunca le ha faltado de nada, ni en su casa con sus papás ni después. Por mucho que se emancipara y quisiera hacerse el “hippie” los padres han estado siempre detrás…anda que no tienen pisos, inversiones y cosas de las que ir tirando. Naces en esas familias y ya es como si te hubiera tocado la lotería, así que bueno…él debió cabrearse un huevo también, pero hay que ser realistas: a él no le hacía tanta falta como a mí.

La peor parte de lo de ser un ácaro es que tampoco creas que sé cuánto voy a vivir…he preguntado y algunos dicen que un par de meses, otros que quizás tres…me parece poco sobre todo porque tampoco sé si esto de la reencarnación es sólo una vez o son infinitas, y, quieras que no, acojona un poco pensar en qué será lo siguiente. Se oye que dependiendo un poco de lo que hayas hecho en esta vida así será la siguiente …pero tampoco te puedes fiar. Yo de humano creo que fui un tío de puta madre, y ahora de ácaro igual. Así que no tiene porqué tocarme planta, o alga, o alguna movida de esas que, sinceramente, la veo un pelmazo. Siendo ácaro, desde mi mantita del sofá he visto un documental en el que dicen que algunos árboles viven miles de años. El Pino Matusalén casi cinco mil años y el Alerce milenario más de tres mil. Así que prefiero quedarme como estoy… espero que el dueño de la manta no tenga la feliz idea de lavarla porque lo del agua y el jabón para nosotros es una de las muertes más crueles.

Lo que fue una canallada fue lo que me pasó después del Euromillón. Después de cobrar la pasta y huir del país fui directo a Módena a probar el Maserati MC20, un superdeportivo con motor V6 biturbo de tres litros. Seiscientos y pico caballos. Menudo bicho. Se puso de cero a cien en 2,9 segundos. Así que imagínate cuando le pisé a fondo…yo no estaba acostumbrado a semejante proyectil. Debí salir volando por la tangente, quizás me estrellé contra un árbol… fueron milésimas de segundo y en seguida ya estaba en mi mantita, saliendo de mi huevo convertido en una preciosa larva de ácaro. Un ácaro de la hostia.

domingo, 23 de marzo de 2025

GÉNESIS

                                                                                                                                                 Por Marta


En el comienzo de todo se creó un patio de colegio. Un lunes. El patio tenía forma rectangular y un portón de entrada azul marino del mismo color que el uniforme del colegio. El patio estaba en calma pero un director vino y dijo: Abramos el colegio. Y se abrió el colegio. Y al ver que los niños jugaban juntos no los separaron. Y hubo día y hubo noche.

El segundo día, un martes, dijo la maestra: Mirad arriba, que caen judías. Y se hizo el cielo y también el suelo. Y éste era de cemento rojo y todas las suelas de todos los zapatos de todos los niños del colegio fueron rojas para siempre. A veces también las barbillas, a veces también las rodillas. Fue así como se separó el cielo de la tierra.

El miércoles un niño tuvo sed y pusieron una fuente de piedra en mitad del patio. De aquella fuente manó el agua fresca sólo durante un día y luego se bebía siempre agua en el baño, pero la fuente nunca dejó de llamarse fuente, y la piedra nunca dejó de ser piedra para desgracia de las cabezas de los niños.

El cuarto día, cuando el director vio que todo estaba bien dijo: que haya un recreo por la mañana y un recreo del comedor. Y el primero fue una jungla verde con árboles, frutos y animales salvajes. Y el segundo fue un desierto, con sol, alacranes y sin oasis.  Así se separó la mañana de la tarde.

El quinto día viendo que había cielo, tierra, jungla y desierto se crearon los monstruos marinos, las criaturas abisales del fondo del patio, las alimañas solitarias y las bestias en rebaño. Nadie dijo a éstos fructificad y multiplicaos, pero así lo hicieron. Y desde entonces juzgaron sin motivo a animales y plantas, señorearon por las canchas de baloncesto, plantaron semillas de odio que florecieron en un vergel de adelfas venenosas.

El sexto día matricularon en el colegio a la niña. Y esa niña, con cuerpo humano y alma de pez, desembarcó en el patio. Por las mañanas le temblaban las piernas y se le caían los mocos mientras su padre le desabrochaba los botones del abrigo con una sola mano. Cantaba canciones en las esquinas del patio en el recreo de las mañanas y la única vez que jugó al “rescate” nadie la rescató. No dio un beso, no dijo una verdad y no tuvo un solo atrevimiento. Trepaba a un columpio que los niños llamaban “el castillo” y en lo alto chupaba los barrotes de hierro hasta que el sabor metálico le dejaba dormido el paladar.

A la hora de comer solo comía pan y se guardaba los macarrones con tomate en los bolsillos del babi. En el recreo del comedor metía la cabeza entre los barrotes de la verja del patio buscando la salida y como no la podía sacar se quedaba encajada durante horas llorando y mirando a la gente que pasaba por la calle.

Otras veces, cuando la niña pez se cansaba de meter la cabeza en los barrotes, se iba al “cubo” El cubo tenía cuatro paredes de cemento y en lo alto una tapa de chapa metálica cerrada con un candado. Estaba en mitad del patio y nadie sabía qué contenía ni qué hacía allí. Se subía en él y apoyaba la mejilla en la chapa caliente y pensaba que dentro había un pozo o un tobogán que comunicaba con otro patio de colegio, al otro lado del mundo, donde había un niño con su oreja apoyada en la fría chapa. Un tobogán por el que escapar que atravesaba la Tierra por su núcleo y llegaba a otro desierto donde había un niño con cuerpo de humano y alma de reptil.

Se hizo la noche y, por fin, llegó el domingo. El suelo del patio seguía rojo, el portón azul y la fuente seguía siendo de piedra. El director del colegio recibió un nuevo destino, la maestra unas merecidas vacaciones, los monstruos abisales malas calificaciones.  Pensando en el niño lagarto la niña pez chupó durante largas horas sin descanso el candado de la tapa del cubo. Chupó y chupó hasta que su lengua se volvió de lija y el candado por fin cedió. Abrió la tapa y, cuando nadie la miraba, o cuando nadie la quiso ver, la niña se coló dentro del cubo de cemento y, por fin, al séptimo día, descansó.