Para
Yolanda b. que supo repararse el daño
antes de tener la herida.
JailApp
por María
Hace poco que me he dado
cuenta de que me he metido en una cárcel voluntaria de la que no puedo salir.
Los pasos que di para verme con estos pesados grilletes fueron sencillos,
inocentes y seguro que os resultan familiares.
1) Hacerse con un smartphone.
2) Contratar la tarifa de
datos.
3) Instalar la aplicación
de WhatsApp (el guasap).
Y ahí ya tienes el lío.
Los comienzos son realmente atrayentes. Si los mails te parecían un avance
significativo en el mundo de la comunicación, esto del guasap y de poder
relacionarte con familiares y amigos casi al instante, aunque estuvieran al
otro lado del mundo, ya era increíble. Fotos, audios, videos, todo ello podía-
y puede- compartirse en cuestión de segundos.
Desde luego que es una aplicación útil y maravillosa siempre que se sepa
emplear con cautela. Y a las claras está que yo no he sabido hacerlo.
Tras más de dos años de
uso continuo y permanente puedo afirmar que tengo dependencia de dicha
aplicación telefónica. Sí, soy una yonki del guasap. Yo, que ingenuamente me sentía libre y
autónoma, acabo de comprobar, con la rotundidad del que recibe un fuerte
impacto en las narices, que estoy enganchada. Y lo que es peor, que he sido yo
misma la que he metido al enemigo en casa y ahora no sé cómo echarlo. De hecho
ni siquiera estoy segura de querer hacerlo.
Descubrí que la adicción
se estaba volviendo peligrosa cuando un día quise realizar una foto de algo más
inusual de lo normal para compartirlo - nada del otro mundo en realidad- y no
encontraba el móvil. Esa falta de publicidad a lo que me sucedía me generó un
gran vacío, estábamos el hecho inusual y mi soledad, no había posibilidad de
que nadie me comentara nada y ese desierto de opinión fue de tal calado que
incluso sentí como si el hecho inusual no hubiera sucedido, o al menos fuera
perdiendo su entidad si los minutos pasaban y yo no lo hacía público. Tampoco
me convencía el hecho de contarlo después como se había hecho toda la vida, en
persona o hablando por teléfono, no, de lo que yo tenía necesidad era de
airearlo a los cuatro vientos en el preciso instante en que sucedía ¿de verdad
he llegado a tal punto? ¿por qué tengo que contar ciertas cosas en el momento
exacto en que me pasan y no puedo esperar? ¿por qué si me olvido el móvil en
algún lugar tengo la impresión de que me falta un brazo?
Esta sensación de haber
perdido las riendas ha encendido una alarma en mí y desde ese momento digamos
que “me estoy quitando”.
Doy por sentado que la
mayoría de las personas que me están leyendo sabrán en qué consiste esta
aplicación, bien porque la tienen o bien porque han oído hablar de ella - y
gracias a una capacidad visionaria de lo que la misma podría suponerles
decidieron no instalarla- por eso no me extenderé en hablar de sus utilidades.
El problema es que una vez que la tienes y conoces sus ventajas es muy difícil
echar marcha atrás y quitarla con tal de no sufrir sus inconvenientes. Y
¿cuáles son estos?
Para empezar la cantidad
de tiempo que se puede llegar a perder. Claro que esto tiene sus matices, por
un lado está muy relacionado con lo sociable que uno sea, porque no es lo mismo
tener diez contactos que setenta, y por otro lado tiene que ver con la forma de
ser de la persona. Esto es, si uno es más pasota puede ser capaz de leer los
mensajes, saber que el resto sabe que los está leyendo y aún así, pasárselo por
el forro y no responder hasta cuatro horas después, o dos días después o
incluso nunca. Y se quedan tan anchos. Pero si la forma de ser del portador del
dispositivo móvil, en este caso yo misma, no cuenta con ese grado de pasotismo
provocará que se sienta en la obligación de responder a esas conversaciones en
un periodo de tiempo no demasiado extenso. Y claro, eso puede agobiar.
Si la cosa ya pintaba fea
para este tipo de personas, los gestores de la aplicación han torturado a estas
pobres almas con la creación del doble tic azul. Con esa nueva señal el resto
sabrá si su mensaje ha sido leído o no, con lo cual ya no les quedará la manida, aunque
eficaz excusa, de que no contestan porque no lo han leído. La presión es aún
más palpable.
Por eso yo, como “me estoy
quitando” y sueño con ser pasota, he
decidido eliminar las notificaciones que hacían que la pantalla de mi teléfono
se iluminase cada vez que alguien quisiera decirme tal o pascual. De momento no
he conseguido llegar al extremo de leer un mensaje y no responderlo o
responderlo tarde como podría hacer un buen pasota de pro, pero al menos ya no
sé al instante quien me escribe y no siento con ello la obligación de corresponderle
ipso facto. Es un gran paso.
Es verdad que en estos
comienzos todo tiene algo de forzado. No miro el móvil porque no quiero ser ese
individuo dependiente y enganchado que he descrito, pero en el fondo estoy
deseando hacerlo. Imagino que es como cuando alguien se plantea seriamente
dejar de fumar, al principio no lo hace pero mataría por tener un cigarrillo en
su boca. Así que con calma, tengo que darle tiempo a mi programa de
desintoxicación.
Otra de las armas de doble
filo del guasap son los grupos. Yo diría que es lo más peligroso de todo. Sí,
ese cúmulo de contactos unidos bajo un mismo nombre que pueden tenerte
realmente entretenida o que pueden llegar a desesperarte. Como digo un buen
grupo de guasap puede ser divertido y enriquecedor, pero por el contrario los
hay que pueden volverse agotadores y cansinos. En todo caso sean del estilo que
sean hay una regla de oro que debe cumplirse con todos sin excepción: hay que
silenciarlos. Si cometes el craso error de no hacerlo en dos días puedes estar
completamente majara. Mis grupos del guasap son muy variados,
los tengo de todos los pelajes. Por ejemplo no faltan los grupitos familiares,
los de amigos, el de compis del cole, de promoción, del curro, del antiguo
curro, del curro anterior al antiguo curro, el grupito que comparte alguna
afición…etc y sin olvidar los subgrupitos que se pueden crear dentro de estos
grupitos o los grupitos que se crean con un único fin, por ejemplo gestionar la
compra del regalo para el hijo de Pepito o la quedada de tal mes o la compra de
entradas para tal o cual evento. Lo típico vamos.
Estos grupos pueden
comportarse de distinta manera. Por ejemplo pueden especializarse en mandar vídeos graciosos que tardan un congo en descargarse o chistes y fotos de la
actualidad; si yo fuera un tío probablemente muchas de esas fotos serían de chicas
pechugonas o subiditas de tono, pero por suerte me las ahorro; también existen
los grupos cuyo cometido principal es felicitarse los cumpleaños (sólo pensad
en lo tremendamente agotador que puede ser ver en tu pantalla como diez o más
personas felicitamos a otra con frases tan originales como “Muchas felicidades”
“Feliz día” “Pásalo en grande” “Disfruta de tu día”, todo acompañado de
iconitos de aplausos, globos, regalitos, confeti, porciones de tarta…y las
consabidas, “Gracias” “Muchísimas gracias” “Mil gracias guapa”. Desde luego es
apasionante ser interrumpida por guasaps de este calibre); también puede ser un
grupo que mantiene conversaciones trascendentales, interesantes o no, pero
siempre tirando a larguitas y cuyo tiempo de lectura equivale casi al mismo de
sentarse en el sofá y leer dos veces “El Aleph”, incluso podrías hasta entenderlo
y aún no habrías terminado la ristra de cuarenta o cincuenta guasaps de una
conversación en la que para colmo no has metido baza. También están los grupos
más discretos, esos en los que sólo se escribe de manera puntual y que tienen
miembros más activos y otros que no se han estrenado apenas (comprenderéis que
yo nunca, al menos hasta ahora en que las cosas pueden cambiar, había formado
parte de un grupo con un papel tan secundario como para no decir algo – estaría
agobiada por supuesto- pero me surge la duda y aquí hago una pregunta al viento
para quien la quiera contestar: aquellos que no intervenís nunca…leéis los
mensajes? los borráis sin leer? no sabéis como salir del grupo sin parecer
groseros? Me ayudaría saber cómo piensa un pasota para aprender de él).
En definitiva, hay grupos
de muchos tipos y con dinámicas diferentes, pero por reducir la clasificación
yo los dividiría en dos: los que molan y los que no. Es sencillo, y no es que
no me importen las personas que forman parte de ese desafortunado grupo que no
mola, al contrario, probablemente las tenga aprecio dado que están entre mis
contactos, pero sinceramente creo que han confundido el canal de comunicación. Porque,
independientemente de que mi forma de ser no haya ayudado, es obvio que el
guasap es un medio bastante invasivo y que hablar de cremas para la celulitis,
vestidos chic para una boda o el granito que le ha salido a tu bebé en la
manita es a todas luces evidente que se trata de una información no requerida a
las once de la mañana de un martes cualquiera sin siquiera haber preguntado o
mostrado interés por el asunto. Por favor, para este tipo de cosas están los
mails, las llamadas de teléfono o los íntimos, cálidos y comprometidos vis a
vis.
De repente me he acordado
de aquella viuda que ganó un juicio contra una famosa tabacalera en EEUU a la
que demandó después de que su marido, fumador durante más de cuarenta años,
falleciera de cáncer de pulmón. Dijo que éste se había convertido en un adicto
al cigarrillo y que había realizado infructuosos tratamientos para dejar de
fumar, y a mí me resulta difícil de creer pero no ha sido el único juez que ha
dado la razón a un fumador (en este caso su cónyuge) por desconocer los
conocidos efectos del tabaco. Y ya sé que España no es EEUU, pero ¿Y si demando
a Whatsapp?
No me he interesado por
buscar si entre sus condiciones de uso e información semejante hay alguna
clausula que advierta del potencial peligro de dicha aplicación, seguro que lo
tienen todo pensado, pero ¿y si no fuera así? ¿Hay alguien ahí que sienta
vulnerado como yo su derecho a la intimidad? ¿Hay alguien que se sienta
guasapdependiente y por lo tanto haya visto quebrantada su libertad? Ya estoy
viendo los éxitos de una futura demanda colectiva. Juntos podríamos crear una
Plataforma de afectados por el Whatsapp, acudir a manifestaciones para exigir
el restablecimiento de nuestra vida anterior, escribiríamos columnas en los periódicos para reivindicar
la vuelta a los mails, a las llamadas de teléfono o a eso tan raro de tomarse
un café con un amigo para charlar y sin un móvil cerca al que mirar para ver
que nos está diciendo otro amigo distinto al que tenemos delante de nuestras
narices y al que apenas hablamos. Sí, deberíamos unirnos todos.
Y si al final no
conseguimos que nuestros caminos confluyan y alguien decide demandarles por su cuenta
gracias a haber leído esto, por favor, pido honestidad y que comparta su botín conmigo.
Primero porque así no tendría mala conciencia. Y segundo para que este tocho
que he escrito sirva para algo y yo no sienta que he perdido el lujoso tiempo
del que me quejo que el guasap me roba.
Nota del autor: Si alguno
de mis lectores se encuentra entre mis contactos telefónicos y tiene un grupo
de guasap conmigo obviamente se tratará de uno de los grupos que molan.