Cuento publicado por Marta en nuestro libro "Si te digo que la burra es negra..."
Kristýna salió pitando del trabajo. Aquella abrasadora tarde de
julio llevaba unas medias “verdemoco” pegadas a su piel y al subirse al tranvía
un niño dijo: “Mamá, mira, un extraterrestre”. Se bajó en la parada de
Malostranské náměstí pensando si el niño no tendría algo de razón. Últimamente
se sentía extraña en su propia ciudad, algo había en aquella Praga; algo en el
aire, en la cara de la gente…y algo en aquel calor asfixiante que no le dejaba respirar.
Se fijó en los rayos de Sol que incendiaban los escaparates de las tiendas. “Si
el Sol se apagara ahora mismo tardaríamos más de ocho minutos en enterarnos debido
a la distancia a la que nos encontramos. Hay que joderse, ¡ocho minutos!, todo
el mundo a mi alrededor tan tranquilo, pensando en su propio ombligo...¿y si ya
llevamos siete?”
En la otra punta de Praga el joven Matthias enumeraba
internamente a la par que la línea de teléfono daba los tonos de espera
“Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno…” –No podemos atenderle, deje
su mensaje después de la señal.- ¡Hola!, Mamá, soy yo, que sólo te llamaba para
decirte que esta tarde voy a salir, así que no me llames a casa porque no
estaré…y mucho menos lo de presentarte por la noche sin avisar…pues eso…un beso.–
Kristýna cruzó la calle y aceleró el paso aferrándose al descomunal
bolso que colgaba de su hombro. Las gafas resbalaban por su nariz sudorosa
queriendo alcanzar la punta. Después de quince minutos apresurados llegó a la
parada. Se paró en seco y esperó que viniera el tranvía número 6 en dirección
Laurova. Tenía sólo una hora y media para llegar a su casa, ducharse,
arreglarse y salir en dirección a la Plaza de la Ciudad Antigua, frente al reloj
astronómico, donde tendría lugar la esperada cita.
Matthias bajó de dos en dos las escaleras de su portal para
coger el tranvía en la parada de Lehovec. Notó que el cuero cabelludo no le
transpiraba bien a causa de la desmedida cantidad de gomina que había
utilizado. Llevaba unos mocasines marrones, y unos pantalones vaqueros negros
que años atrás habían estado de moda. Tenía calor. Con disimulo palpó el
preservativo que llevaba en el bolsillo y pensó que ojalá pudiera utilizarlo
esa misma noche. Y en ese preciso momento se sintió muy pequeño en la
inmensidad del Universo.
A Kristýna no le convencían las citas a ciegas, pero reconocía
que Internet era un buen modo de pasar el primer filtro. Rápido y práctico.
Nada de desperdiciar las horas en sórdidas discotecas con la música a todo
volumen; para ella las noches estaban hechas para contemplar la luna. No
fumador, gusto por la lectura, la informática y el cine de ciencia ficción. 1,78
metros de estatura y 34 años. Aceptar.
Recogió su pelo en una larga trenza y se puso el vestido negro de tirantes.
Acomodó sus pechos al sujetador con relleno y se puso dos gotas de esencia de
bergamota detrás de las orejas. Salió de casa y se fijó en el cuarto creciente
que se asomaba en el cielo, todavía azul, del atardecer. En unos días, una imponente luna llena
coronaría el firmamento. ”¿Algún voluntario para poner nombre a los cráteres
conmigo?”
Matthias se sentó en el tranvía delante de una pareja de
adolescentes. No podía evitar mirar de reojo el juego de cortejo que mantenían.
Ella frotaba la nariz contra sus pómulos y él respondía colando la mano por
debajo de su cintura. Matthias disimulaba al mirarlos, había algo en la espesa
cabellera dorada de la chica y en su tez blanquecina que le resultaba familiar.
De prontó la visualizó desnuda, tapándose tímidamente el pecho y el pubis con
los tirabuzones. Después miró por la ventana y se quedó pensando. “Precisamente
en Venus tendría que haber nacido yo; allí no sería el raro…teniendo en cuenta
que el planeta gira al revés.”
Kristýna decidió ir caminando hasta el lugar de la cita. Cruzó
el puente de Jirásek y se fijó en los barcos
rebosantes de turistas que surcaban el Moldava. Algunos, los más estrafalarios,
le saludaban fervientemente esperando ser correspondidos del mismo modo, lo
cual le hizo sentir incómoda. Miró al frente y se topó con la figura del
rompedor Tančící dům, su edificio favorito. Fijarse en sus líneas sinuosas y
sus ángulos poco convencionales era como ver a Fred Astaire y Ginger Rogers
bailando juntos. Pero ella no era tan guapa ni tan talentosa como la actriz,
ella era una chica tímida y silenciosa que soñaba con las estrellas.
Cuando Matthias llegó a la Plaza del Ayuntamiento el
reloj astronómico estaba a tan solo unos
minutos de marcar la hora en punto. Pronto comenzaría el tradicional movimiento
tambaleante de las figuras que flanqueaban las esferas: la Lujuria, la Avaricia,
la Vanidad y la Muerte. Era de admirar la cantidad de turistas que se
arremolinaban a los pies del reloj para presenciarlo; aunque no le extrañaba, a
él le seguía gustando a pesar de haberlo visto cientos de veces desde que era
niño. A Matthias le apasionaban los turistas, en ocasiones se sentaba en alguna
cafetería de la Malá Strana a verlos pasar. Le gustaba fijarse en las
diferentes formas de caras y constituciones según las nacionalidades. Se
divertía imaginando las vidas en sus respectivos países de origen. “Un alto
ejecutivo de Tokio…Una joven estudiante universitaria italiana, ¿o quizá
española?”. Lo cierto es que Matthias nunca había salido de su país y
fantaseaba con la idea de poder viajar. A pesar de que sabía que, debido al
movimiento de la Tierra alrededor del Sol, recorría anualmente casi mil
millones de kilómetros sin salir de su Praga natal.
-Protection, protection!- indicaba el vendedor de
marionetas mientras señalaba la escoba de la bruja que tenía entre manos. Una
pareja de turistas se acercó para interesarse. Kristýna los miró y enseguida se
identificó con la chica de tez pálida y gesto retraído. Su novio sacó la
cartera y extrajo un billete. Parecían tan enamorados…
El mercado de la fruta frente al Teatro Estatal se había
convertido en los últimos tiempos en un hervidero de gentes venidas de todos
los lados; turistas y habitantes de Praga que se mezclaban para comprar souvenires, coliflores o fresas. A Kristýna
le encantaba presenciar este tipo de escenas. Soñaba con ser algún día esa
turista agarrada a la mano de alguien que la hiciera sentirse única en
cualquier ciudad del mundo. “Tal vez soy demasiado romántica…¡menuda utopía ser
única en un planeta en el que hay más de siete mil millones de personas!”
El destello de un par de relámpagos y los ruidos de los truenos a
lo lejos hicieron volver a Kristýna a la realidad. Miró su reloj, tan solo
quedaban cinco minutos para la cita. La inquietud que le provocaban este tipo
de encuentros se manifestaba siempre con sudoración en sus manos y un ligero
taponamiento de oídos. Los dueños de los puestos comenzaron a cubrir con
plásticos la mercancía. La tormenta de verano que la ciudad de Praga necesitaba
estaba a punto de llegar.
La explanada frente a la fachada fue despejándose de turistas
después de que el reloj quedara inmóvil. Las gotas de lluvia, gordas y pesadas,
también contribuyeron a que la gente comenzara a resguardarse bajo los toldos.
Matthias miró de nuevo al reloj y se sintió absurdo por hacerlo otra vez. Miró
al cielo y deseó con todas sus fuerzas que la tormenta no se desatara; tenía
todo calculado al milímetro y un aguacero monumental le obligaría a cambiar el
guión. La ciudad se iluminó con la luz de un nuevo relámpago y los truenos
rugieron dejando la plaza prácticamente despoblada. “Mirándolo bien es una
suerte, somos tan pocos frente al reloj que no tendremos problema en
encontrarnos”.
Unos segundos después una masa de agua violenta y cálida se
desplomó sobre Praga bañando por completo la ciudad.
El
asteroide 424-TPC cuya composición está formada principalmente por silicatos de
magnesio y hierro estuvo anoche a punto de impactar de forma violenta y
totalmente inesperada con la superficie de nuestro planeta. Esta gran masa rocosa
de aproximadamente 53 metros de diámetro pasó a una velocidad de 9,26 km/s la
pasada noche alrededor de las 21:00h hora local. Expertos de la Unidad
Astronómica Internacional han descartado cualquier tipo de peligro acarreado
por la proximidad del asteroide. Fuentes cercanas a este grupo de especialistas
nos detallan que en el preciso instante en el que el asteroide alcanzaba la
mayor cercanía con nuestro planeta se produjo con normalidad el encuentro
concertado frente al reloj entre Matthias L. y la joven Anezka D. Otra cita
concertada a la misma hora y en el mismo sitio entre la señorita Kristýna K. y
el joven Antonín P. se llevó a cabo con la misma normalidad. Especialistas de
la NASA han destacado que en el preciso momento en el que la señorita Kristýna
K. y el señor Matthias L. avanzaban en la misma dirección y sentido contrario
para encontrarse con sus respectivas parejas se produjo un leve y sutil roce
entre sus manos al cruzarse que originó
una calentamiento de 1,16 grados Centígrados y una fuerza electrostática de 28 Newton,
unos valores técnicamente superiores a lo previsto para este tipo de
situaciones.